CC.OO. de Euskadi, 3a Escuela Sindical de Verano, Bilbao,
23 – 24 de junio 2005: “La deslocalización empresarial”
El movimiento sindical internacional frente a la globalización
por Dan Gallin (Global Labour Institute)
La situación del movimiento sindical en la gran mayoría de los países del mundo ha empeorado seriamente en los últimos veinte años porque las relaciones de poder en la sociedad en muchos países, incluso en los mayores países industrializados, y al nivel internacional, han cambiado.
Cada vez que hablamos de relaciones sociales, o de relaciones de negociación entre sindicatos y organismos patronales, en cualquier forma, estamos hablando de intereses opuestos, y estos intereses se enfrentan en relaciones de poder. El resultado de tales confrontaciones, que puede tomar la forma de convenios colectivos, de legislación o de cualquier otro tipo de arreglo regulando la coexistencia de fuerzas sociales opuestas, refleja las relaciones de poder existentes, y el resultado evoluciona en la medida donde estas relaciones cambian.
En el siglo pasado, había varios desplazamientos en las relaciones de poder entre las fuerzas sociales, fundamentalmente la clase trabajadora y sus sindicatos por un lado, y las fuerzas económicas y políticas de la patronal por el otro. Los últimos dos de estos desplazamientos son los mas importantes para esta discusión porque son los que más han contribuido para formar nuestras percepciones y nuestra experiencia. La primera se producía al final de los años 1940, y fue una consecuencia de la Segunda Guerra Mundial; la secunda se producía cuarenta años mas tarde, y es parte de lo que llamamos la globalización.
Al salir de la Segunda Guerra Mundial, el movimiento sindical se encontraba en una posición de fuerza, políticamente y en las relaciones sociales. En las tres o cuatro décadas siguientes, las relaciones de poder se negociaban fundamentalmente al nivel nacional, donde el poder del capital estaba limitado por la legislación nacional y la dependencia del mercado interior. Los derechos sindicales han sido dados por sentado y incorporados en todas las legislaciones de la post-guerra, en Europa, en América del Norte y en Japón, por fin también en Europa del Sur en los años 1970, a la caída de las dictaduras. La reconstrucción social se hizo en base de una ideología de colaboración, que implicaba (grosso modo) una garantía de paz social en cambio de un reconocimiento de los derechos sindicales, y también el acuerdo de la patronal para participar políticamente y económicamente (a través de los impuestos) en la construcción de un Estado social igualitario.
Este panorama cambia en los años 80. El fin de la guerra fría coincide con el fin del boom económico de la post-guerra: el desempleo de masas aparece en los países industrializados al inicio de los años 80, después del primer “choque petrolero” del 1974, el muro de Berlín cae en 1989 y la URSS se disuelve en 1991.
Al mismo tiempo, en poco mas de diez años, la economía mundial ha cambiado fundamentalmente, pasando de un conjunto de economías nacionales unidas entre ellas por redes comerciales, de inversión y de crédito a una economía globalmente integrada.
La evolución tecnológica juega un papel determinante en la formación de esta economía global, especialmente en el campo electrónico, de las comunicaciones y del transporte. Como proceso de transformación de la vida económica por la introducción de nuevas tecnologías, la globalización de la vida económica es un hecho irreversible. Otra cosa es cuáles son las consecuencias sociales y políticas resultantes de ello. En este aspecto, no hay nada que sea inevitable o irreversible. De lo que se trata es de saber cómo se organizan las relaciones de fuerza entre los intereses representados en esta nueva sociedad global. Es decir, estamos ante un proceso político que solo depende de la voluntad y de la capacidad de los actores sociales.
Pasa lo mismo con la deslocalización. Las deslocalizaciones siempre han sido una característica de la economía capitalista, aquí no hay nada de nuevo. En este sentido, si son un fenómeno permanente y irreversible. Lo que ha cambiado, son las consecuencias sociales y políticas de la deslocalización.
Por ejemplo, ya en los años 1960 y 1970, la Suecia, como otros países de Europa del Norte, han perdido casi toda su producción textil y de vestido, del calzado, de la construcción naval, de siderurgia, hacia Europa del Sur y Asia, sin consecuencias sociales dramáticas. Dos factores han sido determinantes en eso: por un lado, la potencia del movimiento sindical, con capacidad para negociar con la patronal y con las autoridades públicas la reinserción de los trabajadores desplazados en otros sectores de la economía, y, por otro lado, la potencia del gobierno social-demócrata, con capacidad de imponer, en el marco del Estado nacional, una política activa del empleo, manteniendo mas o menos el pleno empleo.
Es cierto que esta situación ha cambiada: en primer lugar, por el desempleo masivo y permanente que aparece en Europa occidental y en América del Norte en los años 1980, limitando la margen de maniobra del movimiento sindical; luego por la caída del sistema soviético y la emergencia de India y de China como centros de producción industrial y de servicios, que han doblado la mano de obra mundial en el “mercado” mundial capitalista de tres a seis mil millones.
En los países del ex – bloque soviético los sindicatos son débiles, en los sectores privatizados en general inexistentes; en India, solo un 3% de la mano de obra trabaja en el sector formal, es decir cubierto por leyes y convenios colectivos; en China, los sindicatos oficiales son organismos del Estado, inútiles para la defensa de los trabajadores, y las tentativas de formar sindicatos independientes son reprimidas. Hoy día, el movimiento sindical, con aproximadamente 200 millones de miembros, probablemente representa menos de 5% de los trabajadores del mundo. Claro que aquí hay una enorme reserva de mano de obra sin protección sindical seria.
En este mercado global del trabajo la competencia es a la baja. Unida a la puesta en subasta por los Estados de los costes sociales, de la fiscalidad y de las demás ventajas ofrecidas a los inversionistas extranjeros, ha creado una espiral descendiente que se traduce en deterioro de los salarios y de las condiciones de trabajo, en aumento del desempleo y de la precariedad, en el desmantelamiento de las conquistas sociales y en el crecimiento del sector informal.
Como se organiza el capital transnacional? El factor determinante en la economía global es el auge de las empresas transnacionales (ETN). Las ETN son la punta de lanza y, al mimo tiempo, los principales beneficiarios de las transformaciones tecnológicas de las dos últimas décadas. Las ETN ahora controlan la gran mayoría del comercio mundial en materias primas, productos industriales y servicios y constituyen el poder dominante en la economía y en la sociedad global, no solo al nivel económico sino también al nivel político.
La Comisión de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (CNUCED) dice que “la producción internacional se ha convertido en una característica estructural central de la economía mundial.” El mismo informe indica que “la división tradicional entre integración en el ámbito de la empresa o en el de la nación tiende a desaparecer. Las ETN usurpan los dominios donde la soberanía a las responsabilidades estaban tradicionalmente reservados a los estados nacionales.”
Los acuerdos comerciales internacionales, como los que tienen lugar en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC) penalizan a los gobiernos que tratan de ejercer un control sobre las ETN. Les obligan a renunciar a medidas legislativas o políticas que limiten la libertad de acción de las ETN, en particular en el campo de las inversiones (compra, venta y cierre de empresas, etc.) Estos acuerdos, por tanto, debilitan el control democrático sobre las políticas sociales y económicas, y transfieren a las ETN, que solo responden ante sus accionistas, una autoridad que pertenecía a gobiernos responsables ante de sus electores, los ciudadanos.
El deterioro del poder del Estado tiene consecuencias sociales muy importantes. El Estado podía ser el garante del interés publico sólo en la medida que el equilibrio de las fuerzas sociales, conseguido por las luchas obreras en el marco de cada país, le imponía una fórmula de compromiso, de pacto social. La globalización ha roto este equilibrio, emancipando al capital de las reglas políticas que los sindicatos y la izquierda política podían imponerle dentro del Estado nacional. En esta nueva situación, la patronal no está ya interesada en un compromiso social, ni está dispuesta a cofinanciar el Estado social. La perdida de autonomía del Estado frente a las ETN lo transforma en ejecutor de la política de éstas.
En este contexto de desregulación, y de la desaparición del Estado como regulador de la economía, la destrucción de los empleos concomitante al auge de los ETN, más que a la deslocalización, se debe a la concentración y a la reestructuración de las empresas bajo la presión de la carrera por la rentabilidad, es decir, por la obtención de la ganancia máxima. Las ETN se refuerzan “adelgazando”, y cada vez que una de ella anuncia nuevos despidos su cotización sube en la bolsa. Los contestatarios son pocos. El neoliberalismo ha conseguido que se admita el “adelgazamiento” y la carrera por la ganancia como una ley de la naturaleza.
Que conclusiones podemos sacar de todo esto?
En primer lugar, a mi parecer, no sirve responsabilizar fuerzas exteriores para nuestras dificultades. Hay que reconocer que la fuente de nuestro problema no son las deslocalizaciones, la cierre de fuentes de trabajo o el antisindicalismo patronal – todo eso es la naturaleza del animal, obedece a la lógica del capitalismo bien conocida por más de un siglo. No hubiera debido ser sorpresa.
Tampoco la debilidad del Estado para defendernos es sorpresa. Quién pensó seriamente que podemos descansar en el Estado sin mantener una presión permanente y una capacidad de lucha? Si, desgraciadamente muchos en la Europa de la post-guerra, y ha sido un grave error. Hemos olvidados las lecciones de nuestros maestros que el Estado representa la comisión ejecutiva de la clase dirigente, y hemos confundido estar al gobierno con detener el poder.
La fuente de nuestro problema en realidad no es más que nuestra propia debilidad. Esto es una buena noticia, pues depende de nosotros y por tanto es remediable. La mala noticia es que no hay remedio a corto plazo y que la recuperación va costar mucho trabajo.
Nuestra tarea es nada menos que lograr una vez más un desplazamiento histórico de las relaciones de fuerza. Yo no soy de los que piensen que el capitalismo ha ganado la gran batalla histórica y que la historia se para aquí. La rueda de la historia sigue volviendo pero nada es automático y lo esencial depende de nuestro trabajo. Como debemos trabajar a largo plazo, es urgente empezar. Para cambiar el equilibrio de fuerzas en nuestro favor, hay que emprender una serie de tareas sindicales y de tareas políticas. Vemos cuales son las herramientas de que disponemos y donde se puede poner las palancas.
Primero, hay que reconocer que en una economía global, en un capitalismo global, y una sociedad en vía de globalización, parece evidente que el movimiento sindical también tiene que ser global. Somos lejos de este objetivo.
Por cierto, hay un movimiento sindical internacional: confederaciones y federaciones internacionales. Pero este movimiento es en realidad un conjunto de redes bastante relajadas de organizaciones nacionales que siguen reaccionando con reflejos nacionales. Frente a la crisis, muchas se repliegan sobre ellas mismas, justo lo contrario de lo que se necesita cuando se trata de fortalecer los lazos internacionales. Es un reflejo natural, pero incorrecto, como frenar en una carretera helada.
Además, las relaciones sindicales internacionales son muchas veces la responsabilidad de las cúpulas confedérales o federales. Lo que falta, es la profundización de los contactos internacionales en la base, hasta los lugares de trabajo. En realidad, la actividad sindical internacional no es más, ni menos, que la extensión natural del trabajo sindical al nivel nacional o de la empresa.
Con el correo electrónico, las condiciones técnicas ya son reunidas. Las mismas técnicas que han permitido globalizarse el capital nos dan también la posibilidad de construir un contrapoder sindical mundial a todos los niveles.
Si somos preocupados por las deslocalizaciones, la necesidad de mantener los contactos los más estrechos con los sindicatos de los países donde se trasladan las empresas parece evidente. Pero esto no ocurre. Por ejemplo los contactos entre los sindicatos de la Europa occidental con los de la Europa del Este son muy escasos y superficiales. Hay un déficit informativo. Aquí hay que invertir mucho más. Hay que aprender a conocer y entender el ya legendario fontanero polaco.
También hay que superar los limites heredados de la historia y de la cultura. En el movimiento obrero español se sabe mucho sobre América latina, pero muy poco sobre América del Norte o Asia. Con América del Norte los contactos podrían ser fáciles, puesto que muchos trabajadores sindicalizados y cuadros sindicales en EE.UU. son de habla española (hasta la vice-presidente de la central nacional). Con Asia es mas difícil: hay que aprender el inglés. Y porque el movimiento sindical español no animaría sus miembros y cuadros para aprender el inglés? No solo para Asia, sino también para Europa del Norte, Sudáfrica, etc. Un contrapoder sindical mundial no se puede construir con la América latina sola, y nuestros compañeros latinoamericanos lo saben muy bien.
Ya hay puntos de partida en el trabajo de las federaciones sindicales internacionales (los SPI). No son todas iguales, pero algunas han llevado a cabo luchas internacionales ejemplares, que deberían ser recordadas, analizadas y discutidas. Quién se recuerda de la acción internacional de la Internacional de la alimentación, en los años 1980, para salvar un sindicato de Coca-Cola en Guatemala? Cuantos conocen la campaña de la Internacional del transporte en contra de las banderas de conveniencia?
Las federaciones sindicales internacionales son una base de la resistencia al capitalismo transnacional.
Merecen ser mejor conocidas y mejor apoyadas.
Otra herramienta: los Consejos Europeos de Empresa (CEE), creados en base de una directiva de la Comisión Europea en 1994. Tampoco son todos iguales: hay que son manipuladas por la patronal, otros, conformes a la definición de sus tareas según la directiva (“información y consultación”) ofrecen al meno la posibilidad de un encuentro, una vez al año, de los delegados de distintas centros de producción de una misma ETN en Europa, y otros que van mas allá de la directiva y que se han convertido, de hecho, en órganos de negociación.
El interés sindical es, en primer lugar, asegurar el control sindical sobre el CEE (la directiva no menciona que la representación de los trabajadores tiene que ser sindical), luego conseguir la mayor posible cobertura geográfica (por lo meno toda la Europa geográfica en vez de solo los países de la UE, si posible el mundo entero), y convertirlos en órganos de negociación. Hasta ahora, solo una pequeña minoría corresponde a estos criterios. Esta herramienta, como todas las estructuras, solo sirve si hay una visión y una estrategia política por detrás.
En resumen: hay que internacionalizar el movimiento sindical internacional, y por eso hay que elaborar una estrategia.
En estos días, se habla mucho de la fusión de la principal internacional sindical, la CIOSL, con la pequeña CMT. Según las declaraciones oficiales, esta fusión debería fortalecer en un modo significativo el movimiento sindical internacional. Yo me temo que una fusión de estructuras en una base meramente burocrática, sin una nueva impulsión política, cambiara nada en la relación de fuerzas sociales en el mundo. No tenemos necesidad de un lobby más representativo en las instituciones internacionales, sino de una internacional de lucha.
Es que también tenemos que defender objetivos políticos y cumplir con tareas políticas.
La primera es la lucha por los derechos humanos. Los derechos sindicales son derechos fundamentales de los trabajadores, y estos son derechos humanos, no son “privilegios” de un cualquier “grupo de presión”. Tienen que ser percibidos y reconocidos como tales en la opinión pública.
Aquí hay que recuperar terreno perdido. Un ejemplo: el derecho de huelga. En la mayoría de los países industrializados, el derecho de huelga de solidaridad internacional (y muchas veces nacional) ha sido eliminado a lo largo de los treinta últimos años por una legislación cada vez más restrictiva. La resistencia de los sindicatos ha sido asombrosamente débil, limitándose en general a protestas formales. Ahora bien, se trata aquí de un ataque al derecho de huelga en su forma la más relevante en el contexto de la globalización en el cual los intereses de los trabajadores de diferentes países están cada vez más relacionados y interdependientes, como lo es el mimo proceso productivo. Hay que acabar con la criminalización de la huelga de solidaridad.
Antes he hablado de la pérdida de poder del Estado frente al capital transnacional. Sin embargo, algunos espacios de actuación quedan para el movimiento sindical en el marco legislativo. Hay que aprovecharlos mientras existen para extender nuestras posibilidades de acción y proteger nuestros derechos.
Otra tarea política: la lucha en contra los regímenes que prohíben o reprimen el sindicalismo independiente y democrático. Es que le mercado mundial del trabajo no es un “mercado” en el sentido usual del término, regido por leyes económicas. Está dirigido por leyes políticas, por intervenciones estatales masivas en forma de represión militar y policial, y es esta represión lo que, en definitiva, mantiene al sistema en pie, cuando toca a millones de trabajadores, como en China.
Otro ejemplo: las zonas francas de exportación son microclimas que ilustran bien el papel económico de la represión. Existen más de 900 en el mundo y su número sigue creciendo. Son zonas que los Estados han reservado al capital transnacional, en la que los inversionistas extranjeros se benefician de privilegios de extraterritorialidad, en particular para impedir el acceso a los sindicatos.
Para el movimiento obrero, los derechos democráticos no son una cuestión de preferencia cultural; se trata de un interés de clase fundamental, porque sólo en la medida en que estos derechos son garantizados los trabajadores pueden defender sus intereses y hacer progresar un proyecto de sociedad alternativa.
Luego, hay tareas políticas “por dentro”, a la interna del movimiento sindical: reconstruir nuestras bases ideológicas y políticas.
Las experiencias históricas del movimiento sindical en las distintas partes del mundo han conducido a una fragmentación de su conciencia y de su identidad ideológica y por tanto a la perdida de perspectivas políticas.
Si queremos construir una alternativa al sistema, no alcanza con entendernos sobre el menor denominador común, eso es lo que ya tenemos en las confederaciones internacionales, es una estrategia meramente defensiva que no sirve.
Hay que recomponer una identidad política común, que no puede ser otra que nuestra identidad común histórica, el socialismo.
No estoy hablando por supuesto de un socialismo partidario, de correas de transmisión, mucho menos de vanguardias sectarias, todo lo contrario. Lo que tenemos que hacer es reinventar un socialismo democrático y liberador a partir del movimiento sindical, es decir, recuperar la política que es naturalmente la nuestra, y construir un contraproyecto de sociedad, una alternativa al sistema actual, que sea entendible y asumidle por los sindicalistas del mundo entero, sean que sean sus experiencias históricas.
En este contexto, creo que el movimiento sindical español puede jugar un papel enormemente importante. Hay que reflexionar seriamente en la posibilidad de una unificación de Comisiones y UGT en una gran central fundamentalmente socialista, pero con su propia identidad política e independiente de todos los partidos. Conozco las dificultades pero también conozco el reto y los peligros de la división – soy seguro que Uds. los conocen mejor que yo.
Hay que aprender a pensar fuera de la caja. Para no acabar como Francia: siete u ocho centrales sindicales, con unos 5% de los trabajadores sindicalizados. Sería un ejemplo de lucidez, de responsabilidad y de coraje para el mundo entero.
Otro tema relacionado: una estrategia de alianzas con los nuevos movimientos sociales, los con quienes tenemos convergencias importantes. No somos solos en la sociedad, afortunadamente. Para revertir las relaciones de fuerza debemos llegar a una situación donde la influencia del movimiento sindical se hace hegemónica, como hoy lo es el neo-liberalismo, y esto no se puede conseguir sin una estrategia de alianzas, de coaliciones.
Antes de la guerra, el movimiento obrero ha podido apoyarse en un tejido de organizaciones y instituciones sociales, culturales y económicas, creando así su propio contexto social, mucho más extenso que el ámbito de los partidos y sindicatos. Este espacio los hemos dejado vacío por demasiado tiempo y ahora es ocupado por las ONGs. Pero muchas de ellas son cercanas a nosotros y deberían ser nuestros aliados naturales. Entonces, hay que recomponer un largo movimiento popular con el movimiento sindical en su centro. Esto es perfectamente factible: depende solo de nuestra credibilidad, que a su vez depende de la claridad y de la transparencia de nuestra ideología y política.
Y, por fin, queda la tarea sindical principal: la organización, por supuesto relacionada con todas las tareas políticas ya enumeradas. Antes he dicho que no más del 5% de los trabajadores del mundo están sindicalizados en sindicatos independientes y democráticos. Ninguna de nuestras tareas se puede cumplir si no logramos incrementar la tasa de sindicalización mundial por lo meno a 20% en los próximos diez años.
Aquí no se trata solo, ni principalmente, de la dicha “ayuda solidaria” a los sindicatos del Sur. Estos programas obedecen en la mayoría de los casos a consideraciones humanitarias o políticas con escasa relevancia para una estrategia sindical internacional. Aquí se trata de otra cosa: determinar las prioridades estratégicas.
La primera prioridad tiene que ser la organización en las ETN. Con algo como 80 millones de trabajadores en su empleo (más si se tome en cuenta la subcontratación), las ETN representan a una minoría de los trabajadores del mundo, pero es una minoría en una posición estratégica de poder, al centro de las estructuras dominantes del capital transnacional. Aquí hay que reforzar las organizaciones internacionales existentes y crear nuevas, enredarse por internet, talvez crear sindicatos transfronterizos. Quién nos impide? Hay que pensar fuera de la caja, romper con las autolimitaciones del pensamiento nacional, como el capital transnacional lo ha hecho desde mucho.
Otra prioridad es promover la feminización del sindicalismo. Es que las mujeres representan a la mitad de la clase obrera! Sin embargo, todos sabemos que el movimiento sindical queda dominado demasiado por hombres, y que no ha logrado organizar y movilizar a las trabajadoras en proporción de su presencia en la fuerza de trabajo. Sin hablar de su representación en los órganos directivos sindicales: son muy pocas. Mientras el movimiento sindical no logra organizar este potencial, seguirá combatiendo con una mano atada en su espalda.
Pero hay más: aquí se juega el porvenir del sindicalismo y la cuestión de resolver es un cambio cultural profundo. La autoimagen y la cultura tradicional del sindicalismo son radicadas en la imagen estereotipada del obrero de la industria pesada de cien años atrás, un hombre con bigotes y torso desnudo, con un martillo a la mano, desafiando heroicamente al enemigo. Esta imagen nunca ha sido verdaderamente representativa, pero hoy menos que nunca. La clase obrera ha cambiado, y sigue cambiando. Hoy hay que tomar en cuenta la vendedora de supermercado, la camarera en el café, la maestra en la escuela, la enfermera en el hospital, la telefonista, la empleada con su computador, y muchas más, además de las mujeres en los ramos tradicionalmente femeninas, como alimentación o textil. Cómo estas millares de mujeres pueden identificarse con un movimiento sindical donde encuentran solo hombres en la dirección quienes, con su presumida autoridad de hombres y de elegidos, les explican que hay que hacer y como? Incluir a las mujeres significa un cambio de cultura y otro estilo de trabajo. Implica también la democratización de nuestro movimiento.
Además: la feminización del movimiento sindical es la llave para organizar el sector informal: los empleos precarios, las auto-empleadas, vendedoras en la calle y en los mercados, trabajadoras a domicilio, colectoras de basura, trabajadoras eventuales en la agricultura, o la construcción – son millones en el mundo, una mayoría de la clase obrera mundial. Aquí están las masas, y la masa crítica, que nos faltan.
La buena noticia, es que ya se organizan ellas mismas. En la India, el mayor sindicato es el SEWA, el sindicato de trabajadoras auto-empleadas, con 700,000 miembros.
En conclusión: somos un movimiento solo, y somos millones en todo el mundo. Somos en una misma lucha, que es difícil y incierta; en esta lucha somos todos responsables uno por el otro, o por la otra. La organización, al nivel mundial, es la responsabilidad de todos. Todas las luchas, sea donde sea, son relevantes para el movimiento entero. Eso es la realidad. La cuestión es si vamos a ser capaces, en nuestra conciencia, en nuestras estructuras y en nuestra política, de adecuarnos a esta realidad.