Enildo Iglesias: Con Manuel Bonmati, Secretario de Relaciones Internacionales de la UGT, España
El movimiento obrero debe salir de su actual posición de defensiva, actitud que ha sido históricamente equivocada. Pero el adversario juega, y fuerte. Bonmati lo afirma, y no elude ninguna pregunta, ni siquiera aquellas hechas desde el Sur y que en el Norte podrían incomodar.
–¿Cómo definirías la situación del movimiento sindical, en momentos en que abundan las tesis pronosticando el fin del trabajo y el fin de los sindicatos?
-El movimiento sindical está padeciendo, igual que los trabajadores, el nuevo ordenamiento del capital a escala mundial. Los capitales tradicionales de ámbito nacional son cosa del pasado. Hoy en día el capitalismo está reordenando su estructura en los planos financiero, económico y en el del comercio a escala mundial y lo está haciendo desde una perspectiva y una concepción profundamente insolidaria e injusta, que está impidiendo los avances sociales en muchas partes del mundo. Es curioso observar que la humanidad en su conjunto nunca ha tenido tanta riqueza acumulada como hoy, pero al mismo tiempo una redistribución tan injusta. Y el movimiento obrero, nacional e internacional, está padeciendo estos vaivenes.
No creo en el fin de las ideologías, mientras exista el sistema capitalista habrá conflicto entre el capital y el trabajo. Pero es obvio que el movimiento sindical debe reorganizarse y reorientarse hacia un plano de respuestas de carácter supranacional. Al movimiento sindical internacional lo veo en estos momentos en dos ámbitos, uno de preocupación y otro de cierta esperanza. La preocupación es porque observo al movimiento sindical a la defensiva, mientras se está imponiendo un modelo productivo en el ámbito planetario que necesita de una respuesta que no tenemos definida, incluso en los países industrializados. Por ejemplo, el movimiento sindical europeo es potente y está bien estructurado, pero se encuentra a la defensiva frente a estos embates del neoliberalismo y ante las consecuencias culturales que el mismo está imponiendo. Y de esperanza, porque en el movimiento obrero se ha abierto una reflexión que todavía no está concluida y que considero muy importante. Se trata de la reflexión sobre la necesidad de la supranacionalidad de la actuación del movimiento sindical y de concretar y articular respuestas colectivas, solidarias y progresistas al reto que plantea la nueva mundialización de la economía.
-Hay quienes sostienen que la crisis no se encuentra en el movimiento sindical internacional, que siempre trató de aplicar la globalización en sus luchas, sino que la crisis se encuentra en las organizaciones nacionales. Si uno analiza las grandes acciones de solidaridad internacional, estas siempre ocurrieron en época de bonanza económica. Parece que los momentos de crisis no son propicios para el ejercicio de la solidaridad internacional, debido a que cada uno se encuentra demasiado ocupado con los problemas dentro de sus fronteras. ¿Piensas que la debilidad radica en las organizaciones nacionales?
-En mi opinión, la raíz de las dificultades se encuentra en la falta de una alternativa de carácter político en el escenario de la izquierda, ahí está el verdadero problema. El movimiento sindical de clase es un movimiento de cuestionamiento al modelo, para intentar que se transforme en un modelo de desarrollo económico estable, equilibrado, solidario y que permita la redistribución de la riqueza. Esas son las demandas permanentes que el movimiento sindical ha venido planteando a través de su historia. Pero el reordenamiento de las políticas y programas económicos se da fundamentalmente en el terreno de lo político, de las opciones políticas. Y mientras la derecha tiene muy bien definido qué es lo que quiere, en estos momentos hay una cierta crisis de propuestas por parte de la izquierda política, que hay que redefinir y plantear como una necesidad absolutamente vital.
Dicho lo anterior, en el plano nacional el movimiento sindical a veces tiene que desarrollar políticas ante la agresión del calibre de las concepciones neoliberales, que lo lleva a plantar batalla para que no le quiten lo conquistado. Esto lleva a los sindicatos a situarse al borde de algo que históricamente nos hemos negado a aceptar: que el movimiento sindical no debe pararse en la defensa de lo ya conquistado. Por el contrario, debe seguir reivindicando mayores cuotas de poder, de bienestar social y distribución de la riqueza. En este sentido, cada día es más tangible que un movimiento sindical que crea que la solución de sus problemas es abordarlos en el plano nacional, es un movimiento sindical miope, porque o damos una contestación en los planos de la izquierda política y de las estructuras sindicales, y damos la batalla en la articulación de un programa distinto en el ámbito de las integraciones regionales que se están produciendo y en el de la globalización, o realmente a esta batalla la tenemos complicada, en términos de los intereses que defendemos.
-Tu utilizaste el término modelo, hay quienes sostienen que es un error hablar de modelo – algo así como una moda más o menos pasajera– cuando el problema es el sistema. En consecuencia, la lucha si es verdadera, no puede ser contra el modelo y sí contra el sistema capitalista.
-Ese planteo, desde un análisis desde la izquierda y de una organización obrera de clase es correcto.
Pero también es verdad que el sistema económico capitalista es un sistema donde el movimiento obrero ha dado una contestación fuerte y obtenido cuotas de bienestar importante, por ejemplo en Europa. Si entramos a fondo a ver las causas de por qué se ha producido en Europa lo que se ha dado en llamar la “sociedad del bienestar”, de la protección social, vemos que detrás hay una lucha ingente de los partidos políticos de izquierda y del movimiento sindical.
Cuando hablo del modelo, estoy hablando no tanto de la raíz de fondo, que es el propio sistema, que estoy de acuerdo que es la gran cuestión a combatir y transformar, sino que en el propio sistema capitalista a lo largo de su historia se han producido distintos modelos de articulación económica. Y en estos momentos el capitalismo está optando por un modelo de globalización, por un modelo económico donde la mayoría de las veces ni siquiera se ven las caras de las personas que representan esos capitales. Es toda una maquinaria, que parece un fantasma y que está imponiendo en el mundo condiciones de trabajo absolutamente inaceptables. Es en este sentido que afirmo que hay tener una alternativa a este modelo económico y la alternativa tiene que ser la globalización de la justicia. Es decir, la globalización de las políticas sociales, de la protección de los trabajadores. En definitiva, que la plusvalía que generamos no sea solamente para los ricos, sino que sea redistribuida.
-También existen quienes piensan que eso de uniformizar las condiciones laborales y de globalizar la justicia, no es otra cosa que un movimiento defensivo de los sindicatos europeos, debido a que las fábricas se están trasladando a otras regiones.
-Es una acotación muy acertada, porque efectivamente un sector importante del movimiento sindical internacional piensa que este planteamiento de defender normas laborales mínimas a escala planetaria pudiera encubrir alguna posición proteccionista de los países ricos. Niego que esto sea así, el movimiento sindical de los países industrializados –desde luego el movimiento sindical de clase, comprometido con una transformación de la sociedad– no suscribe en absoluto esa tesis. Para nosotros el problema no es tanto el que se pueda producir –como ya se está haciendo– el traslado empresarial de un país a otro en función del coste del trabajo. El problema es que en el ámbito mundial tienen que existir normas mínimas que garanticen los derechos humanos fundamentales de los trabajadores y las trabajadoras. No es una cuestión de salario igual, cada país tiene su propio desarrollo económico, pero todos los trabajadores en el mundo tienen que tener derecho a la libertad sindical, a la negociación colectiva y a defenderse. Si conseguimos que esas normas mínimas se implanten en todos los países estaremos alcanzando dos objetivos: consolidar estructuras democráticas que muchos países no tienen, y en segundo lugar, montando un instrumento que los trabajadores de determinados países necesitan frente a las agresiones de todo tipo que padecen.
-Anteriormente te referiste al conflicto entre capital y trabajo, al que se pueden asociar las treguas que en el mismo se han logrado. Muchos opinan que la concepción europea del “estado de bienestar” – que por supuesto fue resultado de las luchas obreras – fue una concepción compartida por los empresarios en función de la paz social, a la cual se sumaba el Estado con una participación muy fuerte. Hoy el Estado, en mayor o menor medida, abandonó su papel de árbitro, ya no se vive en aquel “estado de bienestar”. Las noticias nos informan de que los trabajadores alemanes de la industria automovilística acaban de firmar un convenio donde se aumentan las horas de trabajo semanales. Frente a esta situación, la pregunta es: si el estado de bienestar ya no existe y la tregua se ha roto, ¿por qué no aparece el conflicto? ¿El conflicto social era un mito, o se está generando una olla de presión que algún día explotará?
-En términos europeos el estado de bienestar sigue existiendo. Otra cosa distinta es que con esta nueva reordenación del capitalismo en el plano internacional –y con el criterio de menos Estado y más mercado– para equilibrar intereses contrapuestos en una sociedad democrática se pretenda debilitar de manera profunda los niveles de bienestar social que los trabajadores hemos conseguido. Al principio decía que hay un conflicto entre capital y trabajo que es innato al propio sistema capitalista, que los trabajadores históricamente hemos dado una batalla frontal contra las injusticias de ese sistema, que en Europa hubo un punto de encuentro muy importante entre propuestas alternativas de la izquierda política y el movimiento sindical, que consiguió arrancarle al sistema cuotas de bienestar social y que ahora la nueva globalización de la economía está poniendo en la picota, lo cual no significa que haya desaparecido. La batalla que tenemos que dar es intentar pasar de la defensiva en la que nos encontramos a una actitud ofensiva. Esto pasa por varios frentes: por el convencimiento de que hay que seguir dando la lucha del movimiento obrero en el plano nacional, pero escenificarla de una forma más directa en los planos regional y mundial; por una articulación con fuerzas progresistas de izquierda que puedan dar un mensaje de contestación distinto y que pasa por la reivindicación de que el Estado tiene que ser un elemento clave en la representación de los intereses de la mayoría de las sociedades en que vivimos, que son las clases populares y la clase trabajadora. Se trata de un debate abierto, cuya conclusión no ha llegado.
-Parecería que uno de los problemas del sindicalismo consiste en que no puede identificar bien dónde se encuentra el capital. Históricamente, el movimiento sindical ha seguido al capitalismo como la sombra al cuerpo, y en la medida en que el capitalismo se transformó, también se modificaron los sindicatos. Hoy parecería que los sindicatos siguen manteniendo sus armas, pero no encuentran el blanco, el cuerpo de su enemigo.
-Esto ocurre porque se ha internacionalizado el capital, que hoy está configurado por grandes holdings empresariales. Pero el capital se encuentra físicamente en las empresas, en las fábricas donde hay actividad de los trabajadores y creo que un escenario de contestación posible pasa por coordinar de una manera más efectiva el trabajo de las organizaciones sindicales. Posiblemente la UITA ha sido pionera en este tipo de lucha, con la coordinación y establecimiento en el ámbito de las transnacionales de los consejos obreros mundiales. En Europa hay un instrumento bastante útil, que es la ley que reconoce a los consejos de empresa, lo que permite que tengamos 12 mil delegados que ya no son nacionales, pues son supranacionales. Lo que hace falta es darle identidad a esas estructuras de coordinación de los trabajadores, creo que la batalla pasa, definitivamente, por la internacionalización del movimiento sindical.
-Sin duda ese es un objetivo pero, ¿cómo llegar a una unión efectiva capaz de obtener resultados a escala internacional cuando esto no se da al interior de cada país y de cada empresa? Porque ahora los trabajadores de una misma empresa se encuentran divididos entre los estables, los que cuentan con un contrato precario, los tercerizados, etc.
-No creo que no exista interés en las organizaciones obreras de clase de afiliar a todos aquellos trabajadores que configuran un colectivo pero no tienen un empleo fijo. El problema que tenemos es que, a mayor nivel de precariedad laboral los trabajadores también tienen, a nivel personal, mayores dificultades para afiliarse al sindicato. Esto ocurre por el temor a que el empleador no les renueve el contrato, porque están en una mayor indefensión que el trabajador fijo, etc. Pero en esto soy bastante posibilista, creo que el movimiento obrero se ha caracterizado históricamente por intentar darle respuesta a los problemas de los trabajadores. Y hoy estamos enfrentados a dos grandes problemas: por un lado la desregulación de las condiciones de trabajo y de la contratación, y por otro los flujos migratorios. Entonces el movimiento obrero, como siempre lo hizo, tiene que dar respuesta a estas cuestiones. El movimiento obrero tampoco puede escapar, porque es parte de la sociedad en que vivimos, a las grandes contradicciones que existen en la misma. Como movimiento sindical, con una perspectiva más de medio plazo, debemos impulsar sistemas económicos alternativos que den respuesta al modelo salvaje que se nos está imponiendo en el ámbito mundial. Una respuesta de las organizaciones de los trabajadores a los problemas de los trabajadores, y esa es la dialéctica en la que estamos metidos en términos positivos y negativos.
-Eduardo Galeano dice que un emigrante es como un árbol con las raíces al aire, por ello no es extraño que un trabajador inmigrante tenga una muy fuerte pérdida de identidad. Pero lo extraño es que esa misma pérdida de identidad se observa en la mayoría de los trabajadores. Aquello de la clase obrera parece haber quedado en el discurso, pues un gran porcentaje de los que tienen un empleo fijo ya no se sienten obreros, ni pertenecientes a esa clase. ¿Qué está pasando?
-El gran peligro no es la estructura económica que el neoliberalismo quiere imponer en el proceso de globalización, muchísimo más grave es que el neoliberalismo ha traído consigo unos valores determinados que no tienen nada que ver con la justicia social, con la solidaridad y con el interés colectivo de los trabajadores.
–Es una ideología que caló muy hondo.
-Esa es mi mayor preocupación. Que la cultura neoliberal –no tanto su proyecto económico– ha calado de una manera seria en amplias capas de la población. Y la responsabilidad de los partidos de izquierda y los sindicatos de clase es combatir esa ideología y esos contravalores que el neoliberalismo representa. Pero no me estás haciendo una entrevista, estás planteando un debate.
-Y con una dosis muy grande de provocación.
Enildo Iglesias
© Rel-UITA
20 de setiembre de 2004
SIREL # 842
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