Publicado originalmente en inglés, en la revista New Politics (Vol. V, No. 1,Verano 1994). Traducción al castellano de Iniciativa Socialista, número 32.
Las expectativas de prosperidad, paz y libertad que siguieron al colapso del comunismo han dado paso a níveles de desempleo sin precedentes y, en muchos países, a una profunda pobreza en apariencia irremediable; una multitud de guerras increíblemente salvajes en Europa, Africa y Asia que han destruido las vidas de millones de personas; y la continua amenaza de un conflicto nuclear. El Nuevo Orden Mundial se ha convertido en una pesadilla para todos, salvo para una pequeña élite. A fines del siglo XX, somos testigos del catastrófico fracaso del capitalismo realmente existente como sistema mundial.¿Qué hacer? Los partidos de izquierda han desmoralizado a sus miembros al no haberlos defendido contra las políticas de sus enemigos o, aún peor, haberlas adoptado como propias: se han quedado sin impulso, sin energía, sin ideas. A veces parece que se han quedado sin futuro.
Pero no es la primera vez en la historia que un cambio desgarrador ha lanzado a la sociedad en una barahúnda aparentemente incontrolable. No es la primera vez que los valores de justicia y solidaridad, de igualdad de derechos para todos, de cooperación y responsabilidad mutua, son desdeñados por aquellos que ostentan el poder dictando comportamientos; no es la primera vez que los pueblos parecen impotentes.
Comencemos por intentar comprender lo que nos está sucediendo, luego pensemos qué se debe hacer, qué se puede hacer y cómo llevarlo a cabo.
La economía global
Un buen punto de partida es la economía. En un número reciente, la revista Business Week preguntó “¿Qué es lo que está mal?”, haciéndose eco de la perplejidad general: debería ser “el mejor de los tiempos”, a raíz del final de la Guerra Fría y la extensión de las economías de “libre mercado”. En cambio, tenemos una profunda depresión de los países industrialmente avanzados y “allá donde se mire, el miedo está enfrentando a aquellos que se benefician de la economía global con aquellos que pierden sus empleos ante rivales de ultramar”.
Es verdad. Y la misma Business Week da la respuesta “Un nuevo y brutalmente competitivo orden económico mundial está surgiendo con la desaparición de la Guerra Fría (…) La fuerza fundamental detrás de este nuevo orden es la integración en la economía global de las nuevas naciones capitalistas y gran parte del mundo en vías de desarrollo”, que representa unos 3.000 millones de personas.
Las compañías transnacionales (CTNs) son la fuerza motora de esta integración. Existen ahora 37.000 CTNs, con más de 170.000 subsidiarias fuera de sus países de origen; debido a arreglos no equitativos como las concesiones y las franquicias (típicas de la industria hotelera y de comidas rápidas. entre otras) su verdadera influencia se extiende más allá de lo que esas cifras indican. Según un reciente informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarollo (UNCTAD), las ventas generadas por las CTNs fuera de su país de origen totalizaron 5,5 billones de dólares en 1992, excediendo así el valor total de las exportaciones mundiales (4 billones de dólares). Las CTNs controlan ahora un tercio de los bienes productivos del sector privado en el mundo. El caudal de inversiones extranjeras en todo el mundo suma 2 billones de dólares. El mayor grupo de propietarios son las CTNs con sede en EE.UU., con 474.000 millones de dólares; las británicas están en segundo lugar con 259.000 millones de dólares, seguidas de cerca por las CTNs japonesas con 251.000 millones.de dólares.
El crecimiento de las inversiones exteriores continuará en un futuro próximo, predice el informe, agregando que la “producción internacional se ha convertido en una característica estructuralmente central de la economía mundial”, en parte como resultado de la revolución en los sistemas de transporte y comunicaciones, que permite a las compañías integrarse mejor con sus subsidiarias en el extranjero. La privatización ayuda a esta tendencia y las CTNs han aprovechado, en forma particularmente activa, las ventas de los bienes públicos en América Latina y en Europa 0riental y Central. Las estrategias de las CTNs, dice el informe, promueven la integración económica a nivel mundial. Las compañías están localizando las funciones centmles en aquel país que sea más efectivo en cuanto a los costes. Tales actividades, señala el informe, provocan la integración entre economías nacionales aún en ausencia de acuerdos fornales, como el mercado único europeo. Las economías asiáticas fueron integradas más estrechamente por las estrategias de producción de las compañías japonesas, mientras que las compañías estadounidenses establecían nexos con las mexicanas aún antes de las negociaciones del TLC. “La división tradicional entre integración a nivel de compañía y de nación comienza a desaparecer”, dice el informe. “Las CTNs invaden áreas sobre las cuales la soberanía y las responsabilidades han sido reservadas tradicionalmente para los gobiernos nacionales”.
En 1990, según el departamento de Comercio de los EEUU, las compañías estadounidenses emplearon a 2 millones de personas en Europa Occidental (4% más que el año previo), 1,5 millones en Asia (2% más) y 1,3 millones en América Latina (2% más). Las compañías japonesas están construyendo más plantas en ultramar, incluso cuando aumenta el desempleo en su propio país. Por ejemplo, la ampliación de la planta mexicana de Nissan que costó 800 millones de dólares tiene como fin producir no sólo para el mercado mexicano sino también exportar para Japón, Canadá y el resto de América Latina. Las transnacionales francesas emplean aproximadamente dos millones de trabajadores fuera de Francia.
El Mercado laboral mundial
Ahora todos vivimos en una economía global sin fronteras, hecha posible por las nuevas tecnologías en comunicación y transporte. Esta economía global ha creado un mercado de trabajo mundial donde los trabajadores europeos, norteamericanos, japoneses y australianos se encuentran en directa competencia con la fuerza de trabajo de países donde los costes de mano de obra son mantenidos 10 o 20 veces más bajos, al tiempo que aumenta el desempleo y caen los niveles salariales en los antiguos países industrializados.
Un consultor económico británico, Douglas Wilbarns, predice que en el mercado de trabajo global la combinación de crecimiento demográfico con un aumento de la alfabetización ampliará en 25 años la fuerza de trabajo mundial desde los actuales 600 millones a cerca de 4.000 millones, declinando simultáneamente los costes reales de la hora de trabajo en Europa más de 1% por año durante ese período.
Ya en las décadas del 70 y del 80, una transferencia masiva de producción comenzó a llevarse a cabo para aprovechar los costes de trabajo más baratos en los países más pobres y en los países recientemente industrializados, particularmente los “tigres” asiáticos. Como consecuencia, sectores industriales completos desaparecieron virtualmente del norte de Europa y de Norteamérica: acero, astilleros, textiles, calzado, electrónica. La reubicación actual de la producción no sólo afecta a las industrias tradicionales en busca de mano de obra barata, sino también a la manufactura sofisticada y a las operaciones de servicio.
Líneas aéreas como Swissair y Lufthansa han mudado toda su contabilidad a la India, y KLM está considerando una medida similar. Un centro de programas de software en Bangalore atiende a unas 30 transnacionales incluidas Microsoft, Digital, Fujitsu, Bull, Olivetti, Oracle, IBM, Motorola, Text Instruments, 3M, Hewlett-Packard y Siemens, a mitad del precio que el mismo trabajo costaría en los EE.UU. o en Europa Occidental.
Entre abril y septiembre de 1993, las exportaciones hindúes en servicios electrónicos aumentaron más de un 20%, y un 30% en el campo del software. La proyección indica que en los próximos tres o cuatro años esas exportaciones se triplicarán alcanzando cada una 1.500 millones de dólares, de los cuales la mitad será de software.
Infosys, una compañía hindú de software que trabaja para General Electric, entre otras, hace “una parte del mejor trabajo del mundo”, según el presidente de la concesionaria estadounidense de Siemens. El director administrativo de Texas Instruments en India, citado por la revista Fortune, dice que “a medida que los diseños y el software se vuelven más complejos, la ventaja de costes de India se vuelve mayor. Sólo hemos arañado la superficie respecto a lo que podría suceder”. Tata Consultancy Services (TCS) ha vendido a INR 1800 millones de rupias en servicios electrónicos en todo el mundo durante el último año comercial; abrió una subsidiaria en Alemania hace dos años, que atiende a uno de los principales bancos y a la subsidiari alemana de Hewlett-Packard, entre otras, y ha establecido una joint-venture con IBM que ampliará aún más sus negocios.
Desde mediados de los años 8O, TCS estado arrendando equipos de especialistas en computación por semanas o por meses a labotatorios de software o a empresas en computación de países industrializados. Este body-shopping del nuevo comercio internacional de esclavos, en cuyos abismos se encuentra el alquiler a países extranjeros, por los gobiernos de China o Birmania, de cuadrillas enteras para proyectos de construcción, o de tripulaciones completas para barcos mercantes, por salarios muy inferiores a los estándares mínimos internacionales y de los que, además, una parte no la reciben los trabajadores sino los gobiernos.
Siemens Information Systems Ltd. (SISL), que fue creada en julio de 1992 tras tres años de preparación, ahora emplea 250 especialistas en software en Delhi, Bombay y Bangalore. En 1993 y 1994, Siemens planea despedir definitivamente a 5.100 empleados -3.900 en Alemania- en los negocios en computación del mundo industrializado que le están dando pérdidas. Los salarios en la India para los mismos empleos están por debajo de los 7.000 dólares al año. No hay virtualmente costes sociales; las horas de trabajo son generalmente 48 por semana. En Jamaica, 3.500 personas trabajan en oficinas conectadas a los EE.UU. vía satélite, procesando reservas de aerolíneas, pasajes, llamadas a teléfonos libres de cargo, entradas de datos, solicitudes de tarjetas de crédito, etc.
Los países periféricos europeos de menor desarrollo también son blanco de la reubicación. En Irlanda hay un sector basado en la telecomunicación que atiende necesidades de programación de computadores para empresas de seguros de EE.UU., como Metropolitan Life, que emplea a 150 trabajadores en County Cork para examinar reclamaciones médicas de todo el mundo. Los costes operativos en Irlanda son 30-35% más baratos que en EE.UU., los servicios irlandeses para el desarrollo proporcionan generosos impuestos y otros incentivos, y “parece haber una fuerte disciplina laboral intensificada por una grave escasez de empleos en Irlanda”.
Los antiguos países comunistas están jugando el mismo papel que los países del Tercer Mundo con capacidad de alta tecnología: Business Week cita el caso de los programadores polacos en Gdansk que trabajan para un fabricante de equipos estadounidense por “una fracción de la paga de un trabajador semejante en los EEUU”, y Siemens informa que está recibiendo ofertas de especialistas rusos en computación a 5 dólares diarios.
Para entender estas cifras en su contexto debe recordarse que el salario mínimo oficial en Rusia, hoy en día, es de 7 dólares por mes, un 20% de los ingresos necesarios para “la supervivencia fisiológica” según un reciente informe de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT). En Ucrania, el salario mínimo es aún más bajo que en Rusia; en Bulgaria representa un 60% del nivel de subsistencia;. en Albania es un 24%, en Rumanía menos del 50%, en Estonía 61%, en Hungría 64%, y un 70% en Polonia.
El salario mínimo también ha caído dramáticamente en relación a los salarios promedio, que a su vez han estado bajando rápidamente. En 1993, los salarios en Rusia aumentaron un 12%, pero tras caídas del 45%, 38% y 60% en los tres años anteriores. Percy Barnevik, de ABB, citado en Fortune, prevé “un traslado masivo del mundo occidental. Nosotros (ABB) ya tenemos 25.000 empleados en antiguos países comunistas. Harán el trabajo que antes se hacía en Europa Occidental”. Más empleos se trasladarán a Asia: ABB, que tenía solamente 100 trabajadores en Tailandia en 1980, tiene ahora 2.000 y planea tener 7.000 para fines del siglo. Barnevik predice una drástica y permanente caída del empleo: “El empleo en Europa Occidental y en EE.UU. se reducirá de un modo continuo. Como la agricultura a comienzos de siglo”.
Las transferencias de producción no son toda la historia. Menos conocida es la internacionalización de servicios considerados inherentemente intemos: varios países de Europa hacen recoger su basura doméstica por una transnacional con sede en los EE.UU., las calles de los suburbios de Londres las limpia una transnacional francesa y una transnacional danesa es una de las principales empresas de limpieza y mantenimiento de edificios de Europa y Norteamérica. En general, la subcontratación de servicios públicos en favor de transnacionales privadas ha provocado la pérdida de empleos. Lo importante, sin embargo, es que se está transfiriendo masivamente no solamente la producción industrial, sino también servicios, incluyendo los de alta tecnología, y que la pérdida de puestos de trabajo en los países industralizados no implica grandes aumentos del empleo en los países donde las compañías se relocalizan y extienden. La migración de puestos de trabajo no es ni mucho menos un honesto uno-a-uno, en el que se gane un empleo en el nuevo país por cada empleo perdido en el país industrializado,
Paul Samuelson, en una conferencia en Italia en 1992, observó: “Cuando miles de millones de personas que viven en Asia del Este y en América Latina se capaciten para empleos buenos y modernos, los quinientos millones de europeos y norteamericanos que descollaban sobre el resto del mundo, encontrarán que su ascendente progreso en niveles de vida enfrentará una dura resistencia”. Pero la impresión que en esas palabras se da de un quid-pro-quo es errónea. La palabra clave es “capacitar”: muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.
El mundo entero está perdiendo empleos
La economía global es una gran niveladora, pero nivela hacia abajo. Aunque los puestos de trabajo se van perdiendo en el mundo industrializado -unos dos millones de empleos en los 5 últimos años-, los niveles occidentales de empleo no son exportados a los nuevos países anfitriones. La revista Fortune escribe que “cuando el trabajo se desplaza hacia los países menos desarrollados, eso no significa automáticamente que los nuevos países anfitriones vayan a alcanzar los niveles occidentales de empleo y prosperidad’. En otras palabras, no hay una contrapartida positiva en el Tercer Mundo o en los países ex-comunistas que compense, a nivel global, por las pérdidas de empleo en los países industrializados mediante la reubicación de la producción. La razón principal es que “la nueva tecnología y la continua búsqueda de una mayor productividad empujan a las compañías a construir en los países no desarrollados plantas y oficinas que requieren sólo una fracción de la mano de obra que era necesaria en las fábricas de sus países de origen”. Un consultor citado por Fortune apunta: “Algunas de las plantas estadounidenses más parecidas al tipo japonés están siendo construidas en Brasil”. Lasnuevas fábricas en el extranjero, aún en países de salarios bajos, tienden a ser mucho más eficientes en el trabajo que sus contrapartes en el país de origen de la compañía.
En segundo lugar, las nuevas fábricas construidas en otros países por compañías americanas, japonesas o europeas, tienden a subcontratar (o “surtirse fuera”) en mayor grado que lo hacían sus predecesores en sus propios países hace diez o quince años, y aunque los empleos subcontratados también son empleos, son empleos baratos sin protección, que contribuyen al deterioro mundial de las condiciones de trabajo y de los salarios. La compañía moderna ya no está estructurada como la clásica pirámide, con la dirección central en la cúspide, por debajo las gerencias, la administración y, en la base, los trabajadores de producción; hoy tratamos con una flexible conjunción de actividades organizadas en un patrón móvil alrededor de un pequeño núcleo. Ese núcleo es en sí mismo una pirámide, a pesar de que a menudo se extreman precauciones para disimular las subyacentes relaciones de autoridad. Está constituido por la dirección y personal central, y quizás una mano de obra específica altamente especializada y tecnificada; todas las operaciones de trabajo intensivo son subcontratadas en el propio país o internacionalmente. Así, la corporación se mantiene en el centro de una red interdependiente de empresas de subcontratistas, quienes a su vez tienen sus propios subcontratistas, etc., empeorando las condiciones y los salarios a medida que nos movemos del centro de la red hacia su periferia.
Los organizadores de ventas y producción tienen a su disposición lugares de producción en diferentes localidades y países, y subcontratan gran parte, cuando no la totalidad, de sus necesidades. Deciden qué producir, dónde, cómo y quién lo hará, y desde dónde proveer a cada mercado. Venden una combinación de elementos, como lealtad a la marca, organización superior, planificación y marketing, control sobre la red de distribución, acceso a mercados protegidos, control de calidad.
De este modo, Benetton posee sólo una pequeña parte de sus locales de producción y ventas. El fabricante de zapatos Nike “no se considera un fabricante, sino una corporación de investigación, desarrollo y comercialización”. De hecho, varias grandes compañías venden ahora solamente su nombre, y dejan la fabricación real a otros. Esas firmas incluyen a General Motors, General Electric, Kodak, Caterpillar, Bull, Olivetti y Siemens, en partes importantes de su producción. De paso, digamos que esto ilustra lo absurdo de las campañas que buscan salvar los empleos intemos exhortando a los consumidores a “comprar (productos) estadounidenses” o “comprar (productos) europeos”, ya que sólo una parte, a menudo pequeña, de esos productos se origina en la producción interna.
La subcontratación se aplica a casi cualquier tipo de trabajo, no sólo a la fabricación. Ya hemos visto el caso de compañías que subcontratan su contabilidad y otras operaciones en países con salarios bajos. Fortune cita el caso de los “ingenios dactilográficos” en Filipinas, que copian textos y números en un ordenador por 50 centavos cada 10.000 caracteres… y aún están compitiendo con otros equipos en China, que realizan el trabajo por 20 centavos. Por lo tanto, queda claro que el nuevo orden económico transnacional no trae, a los llamados países en vías de desarrollo, aquellos beneficios más frecuentemente mencionados por sus apologetas, en especial Milton Friedman, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyos “ajustes estructurales” han sido los bloques con que se ha construido el Nuevo Orden Mundial.
“Ajuste estructural” es el nombre dado a un conjunto de las llamadas “políticas de libre mercado” impuestas a los países por el Banco Mundial y el FMI como condición para que reciban asistencia financiera. Incluyen típicamente: devaluación de la moneda, liberalización comercial, recortes en los gastos sociales, privatización de empresas públicas, mantenimiento de sueldos bajos, desregulacíón de los negocios, restricciones de créditos y mayores tasas de interés. Los programas de ajuste estructural se dirigen a la captación de inversiones extranjeras, eliminando toda regulación sobre comercio e inversiones, estimulando los ingresos por comercio exterior por medio de la promoción de las exportacíones y reduciendo los déficits públicos por medio del recorte de gastos. Supuestamente, estas medidas deben poner a los países en el camino de un crecimiento sostenido.
Si bien puede servir para atraer inversiones extranjeras, hemos visto que esa inversión no sirve al propósito declarado, que es el alza gradual y general de los niveles de vida mediante un desarrollo progresivo y sostenible de las economías no desarrolladas. La masiva inversión transnacional puede traer prosperidad y pleno empleo a pequeñas ciudades-estado como Singapur o Hong Kong, pero aún en estos casos se plantean legítimas interrogantes sociales, culturales y ecológicas. Pero en los grandes países de Asia, Africa y América Latina ni siquiera pueden observarse esos efectos positivos, ya que son países predominantemente agrícolas en los que todo desarrollo progresivo y sostenible requiere, antes que cualquier otra cosa, una solución a la cuestión de la tierra y un serio ataque a la pobreza rural. Lo que las reubicaciones de producción y de servicios e inversiones de las corporaciones transnacionales hacen, es crear islas altamente tecnificadas en un mar de pobreza y zonas de libre comercio que son, de hecho, zonas con “derecho de pernada” para el capital transnacional en cuanto a condiciones sociales y derechos laborales.
La carrera hacia el abismo
Existe una versión geográfica de la teoría de la filtración, de acuerdo con la cual “el modo en que los países pobres tienen una oportunidad para mejorar por su propio esfuerzo es, precisamente, explotando las ventajas competitivas de que disponen, como el trabajo barato, y que sus competidores ricos consideran desleales”. No funciona de esa manera en el mundo real: en primer lugar, porque, como vimos anteriormente, lo que se transfiere de los países ricos a los pobres es la producción, no empleos o rentas. En segundo lugar, porque si bien el efecto de filtración puede tener una oportunidad en las sociedades donde mecanismos democráticos como los sindicatos fuertes y activos aseguran la redistribución de la riqueza, en los países con bajos salarios las élites de poder se aseguran de que los costes de mano de obra se mantengan bajos y poder así seguir repartiéndose el botín con los inversores extranjeros. Las personas de estos países no llegan nunca a poder mejorar en algo: sólo la elite de poder se vuelve más rica y más poderosa. Aquí es donde hay que recordar el papel económico de la represión. Los estados criminales como Haití y Birmania pueden resultar ejemplos extremos, pero el principio funciona igualmente bien en el caso de “democraturas” como México, Egipto, Malasia y Tailandia, donde se permite la existencia de sindicatos más o menos libres en tanto permanezcan débiles, y donde los ropajes externos de la democracia sirven para ocultar el puño de hierro.
En esta carrera descendente hacia el mínimo común denominador internacional, en la que cada país y cada trabajador debe ofrecer condiciones más ventajosas que cualquier otro, el pretexto habitual es que determinado sector económico sólo puede sobrevivir si sigue siendo “competitivo”. Pero la “competitividad” sin límites es una carrera en la que no se gana: no hay una “llegada” en la carrera hacia el abismo. Como Jesse Jackson dijo, no se puede competir con el trabajo de esclavos. La “competitividad” de ninguna manera soluciona el problema del empleo, ni cualitativa ni cuantitativamente, ni tiene esa intención. Por el contrario, a nivel global la desvalorización basada en la”competitividad” Ileva al estancamiento. Como Jeremy Brecher escribió en “¿Pueblo Global o Pillaje Global?” (The Nation, 12/6/93): “A medida que cada fuerza laboral, comunidad o país busca volverse más competitiva reduciendo sus salarios y sus aspiraciones sociales y ambientales, la consecuencia es una espiral descendente general en los ingresos y en las infraestructuras sociales y materiales. Salarios más bajos y una reducción del gasto público implican menor poder adquisitivo, conduciendo al estancamiento, la recesión y el desempleo. Esta dinámica se ve agravada por la acumulación de la deuda; las economías nacionales en los países pobres y aún en los Estados Unidos se enfocan en función del pago de la deuda a expensas del consumo, la inversión y el desarrollo. La caída se ve reflejada en la desaceleración del crecimiento del PNB global, que pasa de casi un5% anual en 1948-1973, a solamente la mitad en el período 1974-1989 y a un mero reptar desde entonces”.
Para comprender las implicaciones políticas y sociales de la “competitividad” y de la reubicación masiva de la producción en países de bajo costo de mano de obra -tanto los subdesarrollados como los anteriormente comunistas- es importante no perder de vista el rol económico de la represión.
El rol económico de la represión
En un famoso e infame anuncio aparecido en una publicación comercial de la industria estadounidense del vestido, los salarios de una trabajadora textil en El Salvador fueron publicitados de la siguiente manera: “Rosa Martínez produce ropa para los mercados de EE.UU. con su máquina de coser en El Salvador. Usted puede alquilarla por 57 centavos la hora”. En posteriores versiones del mismo anuncio, el salario de Rosa había descendido a 33 centavos la hora. Existe una razón para este nivel salarial: el país ha sufrido una guerra civil por décadas, con más de 40.000 muertes. Como en Guatemala, era una guerra de la clase gobernante, apoyada por intereses de los EE.UU., contra su propio pueblo, donde el movimiento sindical fue destruido varias veces mediante el exterminio físico, el terror y la intimidación, junto con los partidos que hubieran podido defender los intereses del pueblo contra los de la élite. Fue una guerra para privar a las personas de los medios para defenderse a sí mismas.
Los parques industriales recientemente desarrollados en Indonesia, a 20 kilómetros de Singapur a través del Estrecho de Malaca, emplean trabajadores de Java y Sumatra a un tercio del coste de la mano de obra similar en Singapur. Viven bajo una dictadura militar que tuvo que asesinar a medio millón de personas en 1965, en los cálculos más bajos, o dos millones según las estimaciones más altas, para tomar el poder y aplastar al movimiento obrero.
China, el mercado laboral más grande y barato que se ofrece en el mundo de hoy al capital transnacional, es el producto de un estado policiaco terrorista que ha exterminado a 150 millones de sus propios ciudadanos mediante el hambre y la represión. Vietnam, otro estado policíaco totalitario con sindicatos dirigidos por el gobierno, es el último candidato para el “tigre” asiático.
Rusia tiene una clase trabajadora que recién ahora está surgiendo de siete décadas en las que el estado mató a 40 millones de personas, nuevamente estimando por lo bajo, para deshacerse de todos los vestigios de una sociedad civil con sus instituciones autónomas. Y los otros países ex-comunistas de Europa Central y Oriental, con 40 años de gobierno comunista detrás de ellos, son sociedades psicológica y económicamente destruidas, donde el tejido social se ha desintegrado y donde nociones fundamentales como el interés público o el bien común han sido desacreditadas por su asociación con la retórica oficial de los regímenes estalinistas. Son sociedades que han sido absorbidas por las ideologías de libre empresa, a veces abrazadas por la misma gente que mantendría las estructuras políticas de los antiguos estados policiacos, y más a menudo por aventureros y oportunistas que se integran a una nueva clase gobernante capitalista, tan temeraria pero mucho más corrupta que la de los comienzos de la era industrial, unidos por su odio a los trabajadores y a cualquier forma de movimiento sindical laboral independiente, en su desconfianza de la democracia y en su servilismo al capital transnacional.
Brasil, otro país favorito para la inversión transnacional, es una sociedad desbordada por su propia pobreza, debida a décadas de dictadura militar, donde el ejército y la policía se aseguraron de que los sindicatos permanecieran dóciles y los opositores fueran encarcelados o asesinados.
El chantaje económico continúa: cuando los trabajadores del sector electrónico de Malasia intentaron organizar un sindicato hace dos años, Texas Instruments y otras compañías amenazaron con retirarse del país si el gobierno lo permitía, y los sindicatos son ahora acusados de “actuar contra el interés nacional”, una acusación que no debe ser tomada a la ligera en un país con un autoritario y egocéntrico Primer Ministro, armado con un arsenal de leyes represivas de seguridad interna. Las organizaciones sindicales a nivel de empresa son las únicas formas de organización legal en Chile, Guatemala y Tailandia. En Colombia, formalmente una democracia parlamentaria, la central nacional, CUT, informó el año pasado que cerca de 800 dirigentes y activistas sindicales habían sido asesinados desde la fundación de la organización en 1987.
“Los sindicalistas de las Américas han continuado sujetos a una doble ofensiva de largo alcance contra sus derechos más fundamentales”, observó la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) en su “Estudio Anual de Violaciones de los Derechos Sindicales”. “El prirner elemento de ataque es la trágicamente familiar utilización de la represión extralegal que ha persistído y se ha intensificado en países que han experimentado la transición de la dictadura militar a la democracia formal(…) El segundo elemento del ataque a los derechos sindicales está constituido por la oleada de legislaciones restrictivas que ha sido introducida en todo el continente”. No son necesarios conocimientos especializados en economía, elaboradas teorías de excepcionalismo asiático o especulaciones sobre los efectos económicos de las religiones del mundo, para comprender por qué el capitalismo, en su forma más rapaz y destructiva, está barriendo el planeta, virtualmente sin oposición: lo que ahora estamos contemplando son los efectos de décadas de represión, de violencia armada y de miedo.
Antes de la globalización de la economía mundial, cuando las economías nacionales y regionales aún se encontraban protegidas por barreras comerciales, cuando las fronteras políticas aún significaban algo en términos económicos y cuando las comunicaciones internacionales eran más lentas y más costosas, una matanza de decenas de miles en El Salvador o de cientos de miles en Indonesia podía haber sido vista como un crimen horrendo por algunos -quizás por muchos- en las distantes democracias industriales, pero no afectaba a sus sociedades. Ahora, 30 años más tarde, siendo la economía del mundo una sola y con trabajadores indonesios trabajando casi lado a lado de trabajadores europeos o americanos, el olor de la muerte proveniente de una masacre en ese lugar 30 años atrás, implica hoy en día desempleo, explotación y pobreza en Europa y Estados Unidos.
Rosa Martínez ganando 33 centavos la hora en El Salvador, quizás menos aún al escribir esto, debido a que aquellos que lucharon por mejores salarios fueron asesinados una y otra vez, está trabajando junto a los trabajadores textiles estadounidenses. Ya diez años atrás, estudiosos académicos estadounidenses, como S. Sassen-Koobin, en un ensayo titulado Mujeres, Hombres y la División Internacional del Trabajo (Universidad Estatal de Nueva York, 1983), observaban: “Existe creciente conciencia en la industria de que los salarios en la Ciudad de Nueva York se encuentran cada vez más en competencia con los de la industria del vestido en el sureste de Asia… la disponibilidad de mano de obra inmigrante en Nueva York hace que la ubicación de fábricas en este lugar sea más lucrativa”. Aquí la mano de los rnuertos se tiende, en verdad, para alcanzar a los vivos.
Los dirigentes sindicales estadounidenses e internacionales que fanfarroneaban en 1964 de haber contribuido al derrocamiento del gobierno Goulart en Brasil consiguiendo que sus sindicatos domesticados cooperaran con el golpe militar -otra famosa victoria en la guerra contra el “comunismo”-sabían en su momento que estaban participando en un acto criminal. de lo que no se dieron cuenta es de que estaban socavando la seguridad laboral de sus electores, los trabajadores estadounidenses, 30 años más tarde.
Ninguna de las personas que ahora viven en países pobres eligieron ser pobres: fueron obligados a serlo por la represión. Su única oportunidad de romper este círculo vicioso de pobreza y terror es garantizando instituciones democráticas que abran espacio para que los sindicatos respiren y luchen, y así lograr algún poder para los trabajadores y el común de las personas. En esta lucha, su mejor y, a veces, su único aliado ha sido el moviento obrero organizado de los países industrializados. Pero también en sus tradicionales bastiones el movimiento sindical está siendo atacado. En todas partes se escucha el graznido reclamando desregulación y flexibilización del mercado laboral. Un director de Courtaulds PLC, compañía química británica, dice que la industria necesita “grandes recortes en costes y niveles de vida (…) aún no se ha tomado conciencia de que debemos trabajar más por menos dinero”.
Con el fin de lograr esto se debe quebrar el poder de los sindicatos en América del Norte y en Europa.
Destrucción global del sindicalismo
Respondiendo ante previsibles fusiones de sindicatos del sector público en Gran Bretaña, el Times de Rupert Murdoch, ya a comienzos de 1992, se manifestó contra “las grandes coaliciones de trabajadores” y proclamó la definición conservadora de las “exitosas organizaciones sindicales del mañana”: “Serán esencialmente asociaciones de personal, con base en el lugar de trabajo en particular. Serán no ideológicas, excepto en lo que se refiere a entender que la prosperidad de sus miembros está ligada a la de sus empleadores. Sostendrán y defenderán contratos individuales y los derechos legales de los trabajadores (…) Las organizaciones de trabajadores juegan un papel en la modernización de la gestión”.
La Nueva Derecha desea tener ahí a los trabajadores: en “asociaciones de personal” de base empresarial, divididas e impotentes, autorizadas solamente a manejar quejas particulares y a promover lap rosperidad del empleador.
Es difícil imaginar que semejante programa pueda ser impuesto en toda su magnitud en las democracias industriales, sin abolir la democracia. Pero ésta ya no puede darse por sentada, ni siquiera en sus bastiones tradicionales. Lo nuevo en el ataque al sindicalismo en los países industrializados es que constituye también una ruptura con las políticas de consenso social, a veces también llamadas neo-corporativas, que caracterizaron las relaciones sociales de las principales democracias industriales en el período de posguerra. Los hombres de negocios capitalistas en los países industrializados están ahora liberándose de las restricciones morales impuestas al mismo por la derrota del fascismo a finales de la Segunda Guerra Mundial. El paso del tiempo y el control obtenido por la derecha sobre la mayoría de los medios de comunicación en Europa, América del Norte y Japón, está liberando gradualmente a los empresarios del oprobio de haber financiado y mantenido al fascismo en Europa y al extremismo nacionalista en Japón. También está borrando el recuerdo de que los sindicalistas y socialistas lideraron la resistencia democrática y pagaron el más alto precio para asegurar el futuro de la democracia global, mientras la élite dirigente del mundo de los negocios, con muy pocas excepciones, eran partidarios entusiastas de la máquina de guerra fascista, colaboraron en el exterminio de los judíos y otras víctimas étnicas y políticas del fascismo e hicieron una fortuna a costa de la sangre de millones de personas. El nazismo en Alemania, el fascismo en Italia y otros países de Europa o la dictadura militar en Japón fueron, entre otras muchas cosas, el más ambicioso y provisionalmente exitoso ejercicio de destrucción del movimiento sindical de toda la historia moderna. El actual ataque contra el movimiento sindical es un intento contrarrevolucionario que se alza frente a la revolución democrática que la Resistencia realizó en Europa, contra la New Deal en los EE.UU., con todas sus dimensiones culturales, filosóficas y políticas, y también contra la democratización de posguerra en el Japón.
El carácter contrarrevolucionario del avance de la Nueva Derecha es responsable de algunos de sus aspectos más estridentes: el matiz de venganza, la mezcla de arrogancia y desvergüenza, de provocación y nerviosismo. Esto se hizo evidente en el tono de la última administración republicana en los EE.UU. y en los pronunciamientos de importantes thatcheristas, pero también en los antiguos países comunistas donde grupos reaccionarios y fascistas han retornado vigorosamente. El Primer Ministro de la República Checa, Vaclav Klaus, dice que uno de los grandes problemas de su país es la”infiltración política de sindicalistas y socialdemócratas de Europa Occidental”; Istvan Czurka, dirigente de la escisión derechista del Foro Democrático Húngaro, dice que el crimen y el declive cultural en Hungría tienen “orígenes genéticos” y que el país es víctima de una conspiración universal judeo-liberal. En Rumania, antiguos prominentes propagandistas estalinistas y agentes de la Securitate están ahora liderando partidos extremistas nacionalistas y publicando periódicos fascistas. Milosevic en Serbia y Tudjman en Croacia se mantienen en el poder mediante la misma mezcla venenosa de estalinismo y fascismo, y fue sobre esta plataforma, por supuesto, que Zhirinovsky, el candidato de la KGB en las últimas elecciones rusas, condujo exitosamente su campaña.
La amenaza a la democracia es ahora universal y alcanza a todas las regiones y zonas políticoeconómicas. Esa es una de las razones por la que el tema de los derechos democráticos tiene una importancia tan fundamental. La capacidad de los trabajadores de organizarse en todo el mundo, Norte, Sur, Este y Oeste, para establecer vínculos internacionales efectivos y apoyarse unos a otros, depende de ello. Ese apoyo mutuo es una pieza fundamental de lo que definimos como solidaridad global. Esa debe ser nuestra respuesta al capital transnacional que opera en un mercado laboral global.
El más poderoso interés común que une al movimiento obrero de todas las partes del mundo, en los tradicionales países industrializados del “Norte”, en los países subdesarrollados del “Sur” y en los países ex-comunistas, es la lucha común por los derechos humanos y democráticos. Aquellos que intentan decirle a los trabajadores asiáticos, por ejemplo, que la lucha por los derechos humanos es una trampa proteccionista de los sindicatos occidentales para salvar los empleos occidentales, son unos cínicos mentirosos. Ni los trabajadores asiáticos ni ningunos otros pueden intercambiar dignidad por prosperidad, y quien lo intente perderá ambas cosas.
El secretario general de la CIOSL, Enzo Friso, ha señalado que si fuera verdad que el ejercicio de los derechos democráticos es una amenaza para el desarrollo económico, los países más represivos serían los más ricos, cuando en realidad es lo opuesto: “La locura y la corrupción que han desfigurado toda la historia del desarrollo son la consecuencia directa del modo en que gobernantes no representativos han ignorado o reprimido a sus ciudadanos”.
No sólo los derechos laborales se encuentran en peligro. Pero su afirmación es parte integral y una precondición para un desarrollo consistente con los intereses de la sociedad en general desde un punto de vista ecológico, social y cultural.
El imperativo de los Derechos Humanos
En un notable informe de 1992 titulado Derechos Humanos Indivisibles. La relación de los derechos políticos y civiles con la supervivencia, la subsistencia y la pobreza, el Human Rights Watch de Nueva York demuestra que “la subsistencia y en realidad la supervivencia, a menudo dependen de la existencia de derechos civiles y políticos, especialmente de aquellos derivados de la responsabilidad democrática”.
Contrariamente a lo que afirman algunos gobiernos, especialmente en Asia, proclamando que los derechos sociales y económicos (comida, vestido, albergue) deben anteponerse al lujo de garantizar las libertades políticas, el informe demuestra la estrecha unión existente entre los derechos democráticos y la capacidad de liberarse del hambre, de la destrucción ambiental y de la pobreza. Estos derechos democráticos incluyen la libertad de expresión, de asociación y de reunión, la realización de elecciones libres y plurales, así como la libertad de desplazamiento y de fijación de residencia. El problema clave reside en la responsabilidad democrática, esto es, en la capacidad de la gente para cuestionar y revisar las políticas del poder ejecutivo y establecer controles sobre estas autoridades cuando sus políticas no sean consideradas de interés público por la población.
Los gobernantes de países que niegan los derechos democráticos fundamentales a sus pueblos están de hecho impidiendo, y no promoviendo, su desarrollo. Están vendiendo el trabajo de su pueblo y los recursos de sus países por la ganancia a corto plazo de una pequeña y a menudo corrupta clase gobernante y, si se hiciera justicia, serían juzgados por alta traición.
Observemos ahora, por un momento, las consecuencias para las llamadas democracias industriales de la denegación de derechos democráticos en el Tercer Mundo y en los antiguos países comunistas. Las democracias industriales son pocas. Son, hablando en general, los países industrializados de la OCDE: Europa occidental, Norteamérica, Japón, Australia y Nueva Zelanda. En el mundo de posguerra, representaban las sociedades prósperas, democráticas y abiertas que formaban la estructura de poder apuntalando el orden mundial que había surgido tras la derrota del fascismo en Europa y Asia. Aunque tendían a reservar la democracia para ellos mismos (al fin y al cabo, fueron EE.UU., Gran Bretaña y Francia quienes más agresivamente se enfrentaron con movimientos populares y progresistas, apoyando a gobernantes conservadores y protegiendo las inversiones de las transnacionales en todo el Tercer Mundo), esas sociedades permitían un espacio político para el desarrollo de fuerzas democráticas que, en momentos diferentes, han tenido un significativo impacto internacional, incluyendo entre ellas al movimiento laboral, el movimiento ecologista y el movimiento de las mujeres, entre otros. Se encuentran enraizadas en la opinión democráúca y protegidas por instituciones democráticas. Son, organizativa, financiera y políticamente el principal apoyo de una sociedad civil mundial que está surgiendo y los principales aliados, cuando no los únicos, de todos los pueblos que luchan por su liberación y sus propios derechos democráticos.
La democracia y la prosperidad en las sociedades industriales fueron los principales frutos de la victoria sobre el fascismo, pero están amenazadas bajo una economía global estancada y con un mercado laboral global en el que los niveles de vida de la mayoría de población mundial han sido reducidos al más bajo escalón posible por la dictadura de las pistolas, de las cámaras de tortura y de los campos de exterminio.
La democracia indefensa
Si pensamos en las amenazas que penden sobre la democracia a nivel mundial, lo primero que debemos tener en cuenta es el escaso compromiso de los principales gobiernos democráticos con la defensa de la democracia. La historia reciente demuestra claramente que los gobiernos de los EEUU (sean republicanos o demócratas), de la Unión Europea y de Japón no están interesados en la democracia. Están interesados en la estabilidad. Los ciudadanos interesados en el futuro de la democracia no pueden cometer peor error que esperar algún aliento de los gobiernos democráticos. Si pudiera haber algún subproducto válido de la Guerra del Golfo, aparte del mantenimiento de la ley internacional y del dudoso logro de devolver Kuwait a la soberanía de su rey, ese hubiera sido el derrocamiento de la tiranía de Saddam Hussein. Ese resultado fue deliberadamente evitado y el régimen queda libre para torturar y asesinar a los oponentes democráticos en Bagdad, a los Kurdos en el norte y a los Chiitas en el sur. La abyecta traición a la democrática y pluralista Bosnia-Herzegovina es el resultado de una deliberada decisión de los gobiernos occidentales de no oponerse al fascismo croata y serbio. La política occidental hacia Europa Central y Oriental ha sido apoyar las políticas de “ajuste estructural” del Banco Mundial y del FMI que han socavado los fundamentos sociales y económicos de la democracia, al tiempo que entregaban indefensos a los países ex-comunistas en manos del capital transnacional. La extraña apatía que el estado alemán y otros gobiernos europeos muestran ante las actividades criminales de bandas fascistas bien organizadas tampoco es un estímulo para los demócratas.
Japón, el superpoder regional, ha indicado que nada tienen que temer los militares tailandeses, una fuente de corrupción en todo el sudeste asiático, y los militares de Birmania, que dirigen uno de los más represivos regímenes existentes. Sus regañinas al SLORC [Comité del estado para la Restauración de la Ley y el Orden] de Birmania tienen la misma energía que, en su día, tuvieron las protestas de Thatcher contra la violación de los derechos humanos en Sudáfrica. El gobierno australiano, que desea ardientemente su aceptación en Asia, corteja a la dictadura indonesia y le hace saber que la defensa de los derechos humanos ya no es una de sus prioridades.
La inactividad de los gobiernos democráticos en la defensa de la democracia en todo el mundo ha llevado a una nueva crisis mundial: el repentino y enorme crecimiento de la población mundial de refugiados. En noviembre de 1993, ACNUR informó que en 1992 el número de refugiados en el mundo aumentó en 10.000 por día. La cantidad total de refugiados pasó de 2,5 millones en 1970 a casi 44 millones hoy en día. Más de 19 millones han sido obligados a expatriarse y otros 24 millones han sido desalojados de sus hogares y son refugiados “desplazados internamente”, víctimas de las “limpiezas étnicas” y otras formas de persecución. Nunca antes ha habido tantas personas en busca de protección y de asilo. De acuerdo con el informe, las principales causas son “los conflictos violentos y la caótica quiebra del orden civil”. Continúa diciendo que “asegurarse de que los derechos humanos son respetados donde la gente vive, de modo que no sea necesario que huyan para encontrar protección, es asunto de la mayor urgencia”. Pensarán ustedes que esta conclusión de sentido común sería una preocupación prioritaria de los gobiernos democráticos. Se equivocarían. La preocupación prioritaria de los gobiernos democráticos es fortalecer las medidas policíacas para mantener fuera de sus países a la creciente población de refugiados.
La Unión Europea ha generado un nuevo organismo, que se suponía secreto y que no es responsable ante ningún tipo de representantes electos. Se llama el Comité K4 y está compuesto por funcionarios de seguridad nacional con amplios poderes para coordinar la lucha contra el crimen internacional, incluyendo el tráfico de drogas y el blanqueo de dinero, pero también contra la inmigración ilegal y el asilo. Encabezando la lista de sus preocupaciones se encuentra la inmigración ilegal: “el proceso de erigir barreras aún más altas contra los refugiados de Bosnia y de otras partes se encuentra ya bien adelantado. Ya están en marcha planes para coordinar políticas sobre la expulsión forzosa de inmigrantes indeseados y un nuevo sistema de huellas digitales de alta tecnología para los que buscan asílo”. Ahora debemos preguntamos durante cuánto tiempo podrán sobrevivir las instituciones democráticas, incluso en aquella pequeña parte del mundo donde se dan por descontadas, dado el desempleo masivo y permanente y las condiciones laborales y de vida que continúan empeorando, junto con la presión de la inmigración. Millones de refugiados están golpeando a las puertas de las prósperas democracias, pues sus países se encuentran sumergidos en la guerra y el terror, y ellos son mantenidos fuera por los militares y la policía.
La inquietud llega hasta algunos empresarios. Un creciente número de altos ejecutivos de empresas europeas están preocupados por la ruptura social provocada por las decisiones de las corporaciones.
Un directivo de Allied Signal Europe NV se preguntaba recientemente: “¿Puede la sociedad mantener un 20% de desempleo? ¿A dónde nos conduce esa situación? ¿Quién se fija en esto?” Schmidheiny, que ocupa un lugar destacado en el mundo de las corporaciones suizas, juega un papel internacionalmente activo en la protección del medio ambiente. Antes que cualquier otro, Antoine Riboud, Presidente Director General de la transnacional francesa de la alimentación BSN [desde julio, Danone], abogó por un consenso social basado en el reconocimiento de los sindicatos, y ha declarado públicamente que desea relacionarse con sindicatos fuertes e independientes. Podemos encontrar alisdos incluso en algunas pocas empresas, las que tienen una dirección más seria y responsable.
La democracia no puede sobrevivir si el cap¡tal transnacional tiene éxito en imponer sus soluciones económicas a nivel mundial y si tiene éxito en imponer sobre los trabajadores de Europa Occidental y Norteamérica los modelos sociales de China, Indonesia, Rusia, Brasil o El Salvador. La manera en que la democracia de Europa o de América puede ser socavada, debilitada y finalmente destruida puede tomar diversas formas, pero podemos estar seguros de una cosa: el dominio incontrolado del mundo por el capital transnacional significa el fin de muchas cosas, en particular el fin del movimiento laboral por mucho tiempo, quizás por un siglo, como una fuerza significativa para un cambio progresista en el mundo, o como potencial para crear esa fuerza.
La irrelevancia de los Estados Nación
¿Qué opciones tenemos ante nosotros? El remedio tradicional, consistente en tratar de conseguir el poder en el contexto nacional y adoptar una legislación protectora, se ha quedado anticuado e ineficaz, aunque, evidentemente, debería usarse siempre que sea posible.
La globalización de la economía mundial está restringiendo rápidamente el espacio en el que significan algo las decisiones de política económíca y social tomadas a nivel nacional. Los estados-nación y las legislaciones nacionales son cada vez más irrelevantes, porque las economías domésticas están más y más condicionadas por fuerzas externas sobre las que no tienen ningún control los agentes económicos, políticos y sociales nacionales.
Un ejemplo extraordinariamente claro lo dio Richard Gardner, nombrado embajador de EE.UU. en España en noviembre de 1993, cuando declaró que, tras consultar a 33 firmas estadounidenses con negocios en ese país, tenía que informar a la opinión pública española que los inversores americanos estaban perdiendo interés en España a causa de sus altos costes laborales, las “rigideces del mercado laboral” y las deficientes infraestructuras. Esta declaración se produce precisamente en un momento en que el gobierno español se estaba preparando para una confrontación con los sindicatos en torno a esos temas: el control sobre la seguridad en el empleo y las condiciones de contratación.
La creciente irrelevancia de los estados nacionales ayuda a explicarse por qué gobiernos de diversos países, llegados de franjas opuestas del espectro político y elegidos tras haber presentado programas totalmente diferentes, terminan haciendo políticas más o menos similares. WalterWriston, que fue presidente de Citicorp, describe como “200.000 pantallas distribuidas por todo el mundo” dirigen “un tipo de plebiscito universal sobre las políticas monetarias y fiscales de los gobiernos emisores de moneda… No hay ninguna manera de que una nación escape a ello”. Wriston recuerda la elección del “ardiente socialista” François Mitterand como presidente de Francia en 1981: “El mercado echó una ojeada a sus políticas y en seis meses la fuga de capitales le obligó a cambiar de rumbo”.
Los bloques comerciales y las zonas geográficas de cooperación económica se multiplicarán y se harán más fuertes, pero en definitiva lo que hacen es replantear los mismos problemas a nivel regional. En el mejor de los casos, puede ser más fácil conseguir la introducción de cláusulas sociales en los acuerdos comerciales de cara a garantizar unos estándares sociales mínimos como condición para pertenecer al bloque comercial, aunque el fracaso de ese intento en la recientemente concluida renegociación del GATT no da muchos ánimos para esas expectativas.
¿Qué hacer entonces? No es difícil idear sensatas alternativas keynesianas frente al rumbo catastrófico seguido por los principales gobiernos, por las instituciones de Bretton Woods y por los demás centros de decisión y de poder político en la “comunidad internacional”. Más allá de esto, está la gigantesca tarea de reinventar una sociedad que se organice en tomo a la prioridad de satisfacer las necesidades humanas, en una época en la que a una creciente parte de la humanidad se le niega una recompensa material a cambio de un trabajo productivo y creativo, y en la que la noción de trabajo, por tanto, tiene que ser separada de la noción de renta, y ésta última separada de la noción de sueldo o salario. Sin embargo, la dificultad inmediata que se nos plantea es que no estamos en un debate sobre quién tiene las mejores ideas, sino en un debate sobre el poder. En consecuencia, el problema es de organización. Organizarse es lo que el movimiento obrero acostumbraba a hacer mejor, pero eso ya no es cierto en su presente estado de desorientación y confusión. Para organizarse efectivamente, el movimiento obrero debe aprender a pensar de modo global.
Organización Global
Para organizar debe comenzarse desde nuevas premisas. Los sindicatos en las democracias industriales están a la defensiva: en algunos países sus fuerzas han sido diezmadas y su margen de negociación se ha estrechado hasta el mínimo. En muchos países los empleadores han pasado de la aceptación de un consenso social a una política de confrontación. En los antiguos países comunistas, las organizaciones sucesoras de los antiguos sindicatos y las organizaciones alternativas surgidas de la oposición política, se encuentran desarmadas por gobiernos hostiles y autoritarios, por la desmoralización de sus adherentes y por el desempleo masivo. En el Tercer Mundo, los sindicatos son incapaces de detener la pauperízación de sus países y, generalmente, no cuentan con el apoyo de gobiernos simpatizantes como en el pasado. En situación tan desesperada, muchas organizaciones se encierran en sí mismas, con la equivocada idea de que concentrarse en sus asuntos internos ayudará a resolver los problemas inmediatos de sus miembros. En el nuevo orden mundial lo opuesto es la verdad: ya no puede existir ninguna política sindical efectiva, ni siquiera a nivel nacional, que no sea global en concepto e intemacional en organización. No es sorprendente que las pequeñas, débiles y asediadas organizaciones sindicales del Tercer Mundo hayan entendido esto mejor que cualquier otra, ya que la dependencia económica -y por lo tanto la interdependencia- forma parte de la vida de sus sociedades y ha sido asimilada a través de su propia experiencia. Quienes más han tendido a atrincherarse en el provincianismo y en la autocomplacencia han sido, incluso en esta fase tardía, los movimientos sindicales tradicionalmente más poderosos. La experiencia de repetidas derrotas no es necesariamente madre de la innovación.
Una perspectiva global tiene que implicar al conjunto de los afiliados mucho más que lo acostumbrado.
Una corporación transnacional tiene que ser vista como un todo por quienes trabajan en ella y negocian con ella. En la Unión Europea, el proyecto legislativo para la creación de comités de empresa regionales es un paso en esa dirección, pero también tiene el peligro de fomentar la idea de que una organización europea es un fin en sí misma, reforzando la propaganda nacionalista que presenta a los trabajadores de otras regiones como competidores y enemigos. El enfoque sindical debe tomar la empresa como una estructura mundial, y debe tener el objetivo de crear organización en todos los lugares donde opere la compañía. Nuevas formas de organización empresarial requieren nuevas formas de organización sindical, superando las tradicionales líneas jurisdiccionales de separación y formando coaliciones de sindicatos adaptadas a la naturaleza específica de la empresa y de los problemas planteados. La negociación colectiva internacional, e incluso una negociación articulada entre estructuras sindicales internacionales, nacionales y locales cuando esto sea apropiado, debe convertirse en una prioridad de los sindicatos que se relacionan con compañías transnacionales.
La reestructuración a nivel nacional es una apremiante necesidad en muchos países, de cara a aunar los escasos recursos disponibles y desarrollar servicios especializados, ahora no existentes, capaces de comprender las políticas de las compañías y de los gobiernos, de desarrollar contraestrategias y de convertir éstas en campañas organizativas. ¿Cómo puede permitirse la AFL-CIO tener unos 90 sindicatos cuando el nivel de afiliación ha caído por debajo del 16%? ¿Cómo puede el movimiento sindical francés permitirse cinco centrales nacionales, con un nivel de afiliación inferior al 12%? Nueva Zelanda, con una población de 3 millones, tenía unos 300 sindicatos cuando el gobierno conservador tomó el poder.
Aprendieron por el camino duro. En Australia, Gran Bretaña y Japón se han producido importantes fusiones sindicales y otras están en marcha. Deben acelerarse. No hay nada malo en las fusiones. La amplitud no es una amenaza para la democracia. Hay numerosos pequeños sindicatos burocráticos y osificados. La pequeñez no es garantía de democracia; en general, es garantía de impotencia.
En una perspectiva global, la fuerza sindical no debe ser socavada por consideraciones sectarias. La fuerza sindical debe ser preservada allá donde exista, y el valor de un movimiento sindical debe ser juzgado en base a su capacidad para defender los intereses de sus miembros, no en función de pasados políticos. Por ejemplo, es un error aceptar que el Estado se apropie del patrimonio sindical en los países ex-comunistas, con el pretexto de que son bienes robados a los trabajadores cuando el Estado controlaba los sindicatos. Si este patrimonio puede jugar hoy un papel para fortalecer el campo sindical contra los reaccionarios estados capitalistas hoy realmente existentes, deben ponerse todos los medios para que permanezca en manos de los sindicatos.
Las organizaciones sucesoras de los antiguos sindicatos comunistas deben ser apoyadas si se han reformado lo suficiente para formar una línea de resistencia contra los “programas de ajuste estructural” que preparan el terreno para el neo-estalinismo y el fascismo. Es una locura tratar de aislar a organizaciones sindicales representativas con una capacidad probada de defensa de sus afiliados, con el argumento de que, total o parcialmente, están contaminadas por un pasado comunista.
Los programas formativos de los sindicatos deben centrarse en las implicaciones del Nuevo Orden Mundial, dirigiéndose a capacitar a sus afiliados para comprender lo que les está ocurriendo y lo que previsiblemente ocurrirá, y preparándoles para el esfuerzo por una organización a lo ancho y largo del mundo. ¿Cuántos sindicatos tienen programas de formación? ¿Y cuántos de esos programas están relacionados con el Nuevo Orden Mundial, que es la realidad que sus miembros enfrentan cada día? Por regla general, entre los afiliados no se discuten temas internacionales.
Para que el movimiento llegue a ser eficaz globalmente, deben emplearse muchos más recursos en actividades internacionales sindicales. En el presente, pocos son los sindicatos, incluso entre las centrales sindicales de los países industrializados, que tienen departamentos internacionales, y cuando los hay están subequipados, normalmente con sólo dos o tres personas. En muchos países, las relaciones internacionales se encargan,,junto a otras muchas tareas, al presidente o algún otro dirigente del sindicato. Los presupuestos para actividades internacionales suelen ser ridículamente bajos, y demuestran que para muchos dirigentes sindicales las actividades internacionales carecen de importancia.
Más importante aún: la propia naturaleza de las actividades internacionales es mal comprendida y mal interpretada. En los días felices de los años 50 y 60, muchos sindicatos, especialmente en los países industrialmente desarrollados, tenían suficiente fuerza industrial y financiera para encargarse de sus propios intereses sin necesidad de ningún apoyo internacional. Para muchos, la actividad internacional era recreativa y diplomática, y, en el mejor de los casos, caritativa y declarativa. Las denuncias verbales de la injusticia colonialista y, a veces, imperialista, ,junto a contribuciones financieras que podían parecer generosas pero que frecuentemente sumaban menos que las donaciones caritativas dentro del propio país, cubrían el expediente de las actividades internacionales. Esto iba acompañado de una actitud paternalista ante las organizaciones sindicales internacionales y cierta complacencia frente a la sociedad y el mundo.
Muy pocos sindicatos relacionan sus programas internacionales con los problemas que tienen sus afiliados en sus centros de trabajo, y cuando lo hacen no suele ser consecuencia de un programa sistemático, a largo término y activo para educar a los afiliados en las conexiones mundiales de las políticas de las empresas y de los gobiernos, sino resultado de una momentánea enardecida combatividad, habitualmente en respuesta al cierre de alguna planta productiva.
La memoria de los abusos pasados permanece: los sindicatos permitían que sus programas internacionales fuesen utilizados para operaciones de los servicios de inteligencia de los gobiernos, o como pretexto para viajes turísticos de la cúpula del sindicato, que rara vez daba cuentas de qué había hecho por ahí fuera. En el mejor de los casos, honestos dirigentes con buena voluntad veían en los programas internacionales una especie de caridad, ayudando a los débiles sindicatos de otros países con el mismo espíritu con el que hacían su contribución a la Cruz Roja. Pero quienes miran la acción sindical internacional como una actividad caritativa están ignorando la esencia del sindicalismo: la solidaridad, a diferencia de la caridad, es una relación recíproca. La caridad va de arriba hacia abajo, la solidaridad se basa en la aceptación de mutuas responsabilidades. La reducción de los presupuestos de los gobiernos y de los sindicatos, y en menor medida el incremento de la conciencia de los afiliados, ha reducido considerablemente los camuflajes políticos y las manipulaciones. Pero muchos líderes y miembros de los sindicatos siguen teniendo una visión muy superficial del mundo en el que viven, cuando no carecen completamente de ella.
La organización debe crearse en su contexto político y con instrumentos políticos, centrándose en la defensa de los derechos humanos, núcleo central en torno al cual los trabajadores y otras víctimas del Nuevo Orden Mundial pueden organizarse y formar coaliciones con solidez y profundidad política. Esto requiere que la defensa de los derechos humanos sea un imperativo categórico. Una defensa que, para tener credibilidad, no puede ser selectiva, aunque esto origine problemas a algunas centrales sindicales que tienen una tradición de sometimiento a gobiernos autoritarios o de ocultarse tras el principio de “no intervención en los asuntos intemos”.
El movimiento sindical internacional
¿Pero esto no obliga a reinventar el movimiento socialista internacional? Si la Internacional Socialista fuese el tipo de organización que su nombre indica, los sindicatos no tendrían que encargarse de la dimensión política de la actividad del movimiento obrero en un grado tan elevado como el que he sugerido. La Internacional Socialista, sin embargo, no es de ese tipo. Es un foro para los dirigentes de los partidos socialistas, especialmente los europeos, en el que exponen e intercambian opiniones, normalmente favorables al sindicalismo cuando sus partidos están en la oposición y hostiles cuando están en el gobierno. Son los pequeños partidos los que necesitan y piden una organización internacional capaz de actuar, pero sus demandas son desatendidas.
Los partidos grandes prefieren una organización que no interfiera con sus propias prioridades. Se aseguran de que el centro internacional se mantenga siempre débil y que sus políticas nunca vayan más allá del mínimo común denominador con el que pueden comprometerse. Como su preocupación fundamental está centrada en los asuntos nacionales, ese común denominador es siempre muy pequeño. En consecuencia, la Internacional Socialista es totalmente incapaz de producir una interpretación independiente del mundo actual, y más aún de enfrentarse a él. De la misma forma que la defensa de la democracia no puede dejarse en manos de los gobiernos democráticos, la dimensión política de la acción del movimiento obrero no puede dejarse en manos de la Internacional Socialista.
Un enfoque global de la organización del trabajo y de la acción sindical implica una profunda reorganización del movimiento sindical internacional existente, compuesto en esencia por la CIOSL -que es la federación de organizaciones territoriales como las centrales nacionales- y los Secretariados Profesionales Internacionales (SPIs), que son unas 15 federaciones de sindicatos que cubren industrias específicas o sectores económicos.
La CIOSL se encuentra en una etapa delicada de su desarrollo y enfrenta una paradoja política. Por un lado, se encuentra en la cumbre de su historia. Sus competidores están muy disminuidos. La comunista Federación Sindical Mundial (FSM) ha perdido la mayor parte del apoyo gubernamental del que dependía, así como la mayoría de sus afiliados, y su infraestructura y red política están desorganizadas.
La cristiana Confederación Mundial del Trabajo (CMT) es poco más que un grupo de propaganda de Acción Católica, dependiendo de una sola organización fuerte y representativa, la Confederación Belga de Sindicatos Cristianos. Se han incorporado a la CIOSL bastantes organizaciones antes afiliadas a la FSM, y también otras que eran independientes como forma de mantener cierta equidistancia. La CIOSL cuenta con 150 organizaciones afiliadas en unos 100 países, agrupando aproximadamente 110 millones de trabajadores, las cifras más altas de su historia.
Para fines prácticos, la CIOSL es hoy la representación del sindicalismo internacional, la única que cuenta. Sin embargo. por otro lado, es un gigante sin dirección. Los que relacionaban sus funciones principales con la Guerra Fría, están ahora desorientados. La alternativa obvia no entra en su cabeza: ahora es el momento de retomar las cosas en el punto donde las dejaron las intemacionales obreras serias del pasado. Una organización internacional del movimiento obrero formada con la intención de dirigir la lucha de los trabajadores por su emancipación y por la de toda la sociedad, es algo que resulta inimaginable para aquellos que ignoran la experiencia pasada, desdeñan la historia y la teoría y tienen miedo de la lucha.
El Consejo Ejecutivo de la CIOSL está formado por dirigentes de centrales sindicales nacionales preocupados con los problemas nacionales y que piensan en términos nacionales. Tienen intereses creados que les hacen creer que hay soluciones nacionales a los problemas de sus miembros y están atrapados por dependencias estructurales que les impiden tener una visión global. Esta es una de las razones por las que bastantes centrales sindicales nacionales que, por medio de su acceso a fondos públicos de desarrollo, han dado apoyo a la actividad sindical internacional en el pasado, ahora comienzan a ayudar directamente a los sindicatos en los países ex-comunistas o en países en desarrollo, pasando por encima de las organizaciones sindicales internacionales. Este tipo de asistencia internacional bilateral fomenta el caos, aumenta el riesgo de corrupción y debilita al sindicalismo internacional cuando más necesita fortalecerse, pero da buena imagen ante los auditorios nacionales.
Las actividades de la CIOSL que deberían ser la punta de lanza de la acción sindical internacional (defensa de los derechos humanos, apoyo político y organizativo a los sindicatos en los ex países comunistas y en el Tercer Mundo, acciones sobre CTNs en cooperación con los SPIs) están desfinanciadas y subvaluadas. La institución vive demasiado en un mundo abstracto y burocrático, donde la forma precede a la sustancia y la preocupación sobre jurisdicción y prestigio ensombrece el propósito original de su acción.
Los SPIs tienen diferentes problemas. Edo Fimmen, secretario de la Federación Internacional de Sindicatos (la “Internacional de Amsterdam”) por un breve período después de la Primera Guerra Mundial, luego secretario general de la Federación Internacional de Trabajadores de Transportes durante gran parte de los años 20 y 30, comprendió e intentó resolver, setenta años antes que nosotros, la mayoría de los problemas que aún intentamos resolver hoy. Consideraba a los SPIs como la forma más apropiada de organización sindical para conducir las luchas laborales internacionales. En un libro profético, La alternativa laboral – Los Estados Unidos de Europa o Europa S.A., predijo “que el desarrollo del capitalismo siempre ha determinado la forma organizativa de sus oponentes, ha dado lugar primero que nada a los sindicatos locales y luego a los nacionales; del mismo modo, el capitalismo se convertirá, si no en el creador, al menos en el promotor de la organización internacional de los trabajadores industriales”.
Fimmen no se hacía ilusiones sobre la capacidad de los sindicatos de su época, en cuanto a hacerse cargo de su tarea histórica: “Aún estamos lejos de ese punto. Es probable que aún pasen varios años antes de que los SPIs (que aún se encuentran en la primera etapa de su actividad y la mayoría de los cuales aún carecen de importancia sustancial) hayan ganado práctica y teóricamente el liderazgo en las luchas sindicales”.
Setenta años más tarde, después que una segunda guerra mundial y la subsiguiente Guerra Fría retrasaran al movimiento sindical por décadas, muchos SPIs aún “carecen de importancia sustancial” en términos de su capacidad de conducir exitosamente las luchas del sindicalismo internacíonal. Su conclusión, sin embargo, continúa siendo ineludible: “pero no importa cuan débiles e imperfectos sean los SPIs respecto a su organización ni cuan pequeños a nivel internacional, de cualquier manera el desarrollo del capitalismo los obligará a retomar la tarea que les pertenece, a menos que el proletariado caiga internacionalmente en una condición de mayor dependencia y esclavitud que la de la clase trabajadora en sus actuales subdivisiones nacionales”.
En esta etapa los SPIs necesitan fortalecer su capacidad de intervención efectiva en cualquier momento y en cualquier parte del mundo donde los derechos sindicales son amenazados, pero también deben ser capaces de una acción sostenida a largo plazo. A corto plazo deben adquirir los medios de ejercitar el poder en defensa del interés público de modo tal que no puedan ser ignorados por gobiernos o corporaciones transnacionales, sin importar cuan grandes y poderosas sean. Esto no puede alcanzarse sin una concentración de los recursos disponibles y esto, a su vez, significa una serie de fusiones para crear un número menor de organizaciones de mayor tamaño y más efectivas. Estos son procesos lentos, pues deben ser democráticos, involucrando decisiones colectivas de organizaciones federadas, donde culturas políticas, estructuras financieras y organizativas y personalidades diferentes deben unirse. Pero son inevitables si los SPIs quieren llevar a cabo sus históricos términos de referencia. No es difícil ver que, en términos de recursos necesarios para una organización efectiva desde el punto de vista de los servicios y de la acción, ningún SPI con menos de 10 millones de miembros será viable a fines de siglo, y que una efectiva defensa de los intereses de los trabajadores requiere no los 15 SPIs actuales sino siete como máximo, cada uno con una masa crítica que lo capacite a organizarse en profundidad y mantener con éxito luchas costosas y a largo plazo. Es necesaria la más estrecha conexión posible entre los SPIs y la CIOSL, ya que serán constantemente necesarias las alianzas entre SPIs, centrales nacionales y organizaciones regionales para manejar asuntos específicos.
Hoy más que nunca es necesario reformar la CIOSL como organización conjunta de SPIs y centrales nacionales, con una estructura dual (territorial y sectorial), para facilitar la acción conjunta entre un número de socios en coaliciones cambiantes, adaptándose a los problemas específicos de un entorno internacional en rápida mutación e introduciendo en el pensamiento del movimiento sindical mundial una dimensión internacional que vaya más allá de las argucias políticas y de la diplomacia.
Existe una objeción obvia que está enraizada en la historia sindical internacional posbélica. Cuando se formó la FSM como una federación internacional unida a nivel mundial, incluyendo a las organizaciones laborales controladas por el estado en la URSS y sus nuevos satélites, así como los sindicatos socialdemócratas de Europa y la CIO americana, inmediatamente se desarrolló una lucha por el control entre el bloque soviético, con sus aliados comunistas por un lado, y las organizaciones socialdemócratas por otro, lo que finalmente condujo a una ruptura y a la formación de la CIOSL, permaneciendo la FSM bajo control comunista. Uno de los temas conflictivos era la categoría de los SPIs, que loscomunistas deseaban incorporar en la estructura de la FSM como departamentos, mientras que los sindicalistas socialdemócratas, que controlaban los SPIs, insistían en su independencia.
Los años siguientes demostraron ampliamente la superioridad de los SPIs sobre sus contrapartes comunistas, las Uniones Internacionales Sindicales (UIS) que la FSM había creado dentro de su estructura tras la división. La independencia de los SPIs -incluso de la CIOSL- les dio un alto grado de flexibilidad y movilidad, junto con un mayor grado de profesionalismo y militancia que cualquier otra organización sindical internacional. Surge entonces la pregunta de si estas ventajas no se perderían si los SPIs se convirtieron en parte de la estructura de la CIOSL.
Esto es improbable, ya que los SPIs de hoy y del mañana son organizaciones muy diferentes de las del período de posguerra o de la época de Fimmen. Los SPIs de hoy y más aún los futuros (si el proceso previsto de fusión se materializa) serán sustancialmente mucho más influyentes que muchas centrales nacionales. En una estructura internacional común, no encontrarían difícil jugar su propio papel como iguales. Son estas relaciones de igualdad las que asegurarán la salud y la estabilidad de la organización.
La reconstrucción del movimiento
¿Qué otros bloques solidarios son viables? El vasto edificio del movimiento obrero socialdemócrata de antes de los años 30 está en ruinas, impresionantes testigos de la pasada grandeza, como las ciudades perdidas de civilizaciones desaparecidas. Pero hay una evidente vida en esas ruinas, y muchas de sus mansiones siguen habitadas. A pesar de todo, el movimiento obrero en toda su extensión tiene inmensos recursos a su disposición. Su uso efectivo depende de que se comprendan las prioridades.
A este respecto, las relaciones con los partidos socialdemócratas y laboristas son llevadas por el movimiento sindical de cada país. Las actuales relaciones difieren considerablemente de país a país, dentro de una gama que va desde las tradicionales relaciones de cooperación hasta una abierta hostilidad. Está en discusión si los partidos que dicen representar los intereses de los trabajadores son capaces de desarrollar una alternativa creíble a la Nueva Derecha conservadora en vez de sucumbir ideológica y políticamente ante ella. A nivel internacional, el movimiento sindical no dudaría en dar la bienvenida a cualquier oportunidad de cooperación con la Internacional Socialista en una relación de apoyo mutuo, pero, en términos prácticos, aquellos que lo han intentado no han tenido éxito, por las razones ya expuestas.
Pero las organizaciones del movimiento obrero incluyen también una larga serie de organizaciones sociales y culturales: de mujeres y de jóvenes, asociaciones educativas y escuelas, clubs excursionistas y turísticos, clubs deportivos, agencias de viaje, cooperativas de consumidores, bancos y cooperativas de viviendas. El sentimiento de pertenecer a un movimiento común, de representar una sociedad alternativa y una contracultura, es ahora mucho más débil que incluso después de la última guerra, pero aún queda lo suficiente para ponerlo en marcha. Dos ejemplos me vienen a la mente: las organizaciones obreras de ayuda y las asociaciones obreras educativas. Cada una de ellas tiene su propia federación internacional. Las organizaciones obreras de ayuda fueron creadas originalmente con el objetivo de atender a las víctimas de la guerra de clases, ateniéndose literalmente a ese criterio durante los años 20 y 30. En los años 50 y 60, cuando en el movimiento obrero predomina la idea convencional de que la guerra de clases había terminado, de que los principales objetivos habían sido alcanzados y que el progreso posterior requería una integración tan completa como fuese posible en el orden social existente, las organizaciones obreras de ayuda, como todas las relacionadas con el bienestar, se despolitizaron y centraron su actividad en la ayuda a las víctimas de desastres naturales: inundaciones, terremotos, hambrunas. En los años 70, en los que aumentan las políticas derivadas de un sentimiento de culpabilidad, se empieza a dar prioridad a los proyectos de desarrollo: perforaciones en el desierto para buscar agua, plantaciones en las dunas.
Hoy, cuando el movimiento obrero lucha arrinconado, hay que hacerse varias preguntas sobre las prioridades: ¿benefician al movimiento obrero en su conjunto las aportaciones que las organizaciones obreras de ayuda realizan frente a los desastres, aunque son una gota dentro de un cubo de agua en comparación a las contribuciones de los gobiernos o de la caridad privada?; si el objetivo era ganar puntos con la burguesía, ¿nos lo agradece alguien?; ¿han provocado nuestras contribuciones un aumento medible de nuestra influencia?; ¿han fortalecido al movimiento obrero en EE.UU. las diversas donaciones realizadas por el movimiento sindical a cajas comunitarias, hospitales y otras causas caritativas? ¿No habría sido muy diferente si ese dinero se hubiese empleado en pagar los salarios de organizadores sindicales, en mejorar la calidad de las publicaciones del movimiento obrero, en apoyar huelgas? ¿Por qué el movimiento obrero no ayuda al movimiento obrero? Nadie va a hacerlo por nosotros.
Lo mismo ocurre con la educación de los trabajadores. En los complacientes años 50 era correcto asumir que Ia educación general de adultos podía ser un objetivo legítimo de una asociación obrera educativa. Hoy, son inmensas las necesidades educativas del movimiento obrero en tanto que movimiento. Toda la cultura política del movimiento obrero tiene que ser transmitida a millones de personas que carecen de ella desde hace varias generaciones. Lo que se está haciendo en círculos sindicales de estudios, escuelas de verano, escuelas de partidos y fundaciones se limita a arañar la superficie. A nivel internacional, la Federación Intemacional de Asociaciones para la Educación de los Trabajadores es la única organización del movimiento obrero que combina sindicatos, instituciones de partido, archivos y asociaciones obreras educativas. Está excepcionalmente bien situada para convertirse en el laboratorio donde el movimiento obrero desarrolle sus nuevos instrumentos ideológicos, pues esa es su prioridad principal.
No podemos seguir permitiéndonos el lujo de instituciones del movimiento obrero que se limitan a tratar los síntomas en vez de atacar las causas de los males sociales. El tratamiento de los síntomas es tarea del Estado y, evidentemente, ahí se encuentra una de las principales líneas de batalla en nuestra guerra con la Nueva Derecha. Los donantes humanitarios para ayudar a las víctimas de los desastres sociales abundan, pero solamente el movimiento obrero es capaz de actuar sobre las causas de esos desastres y prevenir su repetición. La solidaridad global, geográfica y cualitativa, es el concepto que resume las presentes necesidades del movimiento.
Para terminar, diré que el movimiento obrero internacional debe asumir un papel dirigente en la construcción de nuevas coaliciones internacionales con grupos de acción cívica y social, que han crecido mucho, en número y fuerza, desde los años 70. Hace más de diez años, en un artículo en The New International Review (vol. 3, nº 1, 1980), sugerí que la construcción de coaliciones debería ser un elemento esencial en la estrategia intemacional del movimiento obrero: “la construcción de amplias coaliciones populares, con el movimiento sindical en su centro, pero aunando muchos grupos cívicos,movimientos específicos y otroscolectivos populares que perciban, desde su propia perspectiva, la amenaza social que representa el poder de las sociedades anónimas y cuyas áreas de interés coincidan parcialmente, en diferentes grados, con las del movimiento obrero”. Hoy, el abaratamiento de las comunicaciones y de los transportes ha permitido el desarrollo de un nivel superior de acción e información por encima de las fronteras. Más que nunca, existen las bases para la emergencia de una sociedad civil global en la que el movimiento obrero puede y debe jugar un papel dirigente.