Reino de España: vuestra será la página (Sara Bonmati, 2016)

Decía El Abuelo que «uno representa en sus principios la verdad y en sus tácticas la razón». Aunque en estas palabras Pablo Iglesias se refería al proletariado, no es menos cierto que supone todo un lema de vida.

Susana Díaz no sólo cree ser merecedora de la Secretaría General del PSOE. Cree que dicha entrada debe estar precedida de una liturgia que esté a su altura, es decir, con una larga alfombra de terciopelo rojo que amortigüe sus pasos en la entrada a Ferraz y jaleada ‒como no puede ser de otra forma‒ entre vítores y clamores. Sin debate. Sin rival. Sin esfuerzo. O mejor dicho, con el único esfuerzo que hacen los «salvadores», que no es otra cosa que honrar a los demás con su mera presencia.

Ya en 2014 tocó este sueño con la punta de los dedos cuando buena parte del PSOE miró al sur tras la salida de Rubalcaba. Pero en esa ocasión Madina (un Madina muy diferente al de ahora) le estropeó la oportunidad al decir que él sólo se presentaría si se celebraban primarias. Fue entonces cuando Díaz decidió posponer sus anhelos y poner a trabajar a todo el aparato andaluz a favor de Pedro Sánchez; y es que ya se sabe, «este chico no vale pero nos vale».

Para que esta vez sus deseos se materializaran, Díaz sabía que sólo necesitaba conseguir una cosa y que la gravedad haría el resto. Se trataría de un perfecto y eficaz efecto dominó: si la presión económica y mediática conseguían doblegar la posición de Sánchez y éste se veía obligado a facilitar por abstención un nuevo gobierno de Mariano Rajoy, Sánchez tendría que irse inmediatamente y tendría que hacerlo además por la puerta de atrás. Con la gobernabilidad de España asegurada (aunque fuera de forma precaria y temporal), Díaz ya tendría el camino despejado y el escenario dispuesto para su llegada a la sede socialista. Y lo mejor de todo, sin desgaste alguno.

En este sentido, Susana Díaz sabe perfectamente que nadie que apoye un gobierno del PP puede seguir ocupando la Secretaría General del PSOE; y también sabe ‒muy a su pesar‒ que nadie que apoye un gobierno del PP puede llegar siquiera a optar a la Secretaría General. Éste es el elemento clave para entender el bochorno desencadenado.

Con el baile a punto de empezar, se necesitaba un maestro de ceremonias y ese no podía ser otro que Felipe González. Su primera aparición fue para instar al PSOE a dejar formar gobierno al PP «incluso si Rajoy no se lo merece». La segunda aparición fue para decirnos que pese a lo que algunos creen, Él no es Dios. Y como prueba nos transmitió con tono grave que «se sentía engañado»; y es que el engaño, como todo el mundo sabe, es sólo una cuestión de mortales.

La operación de acoso y derribo mediático no tardó en ser insoportable. El grupo PRISA, con el periódico El País capitaneando la vergüenza, nos conseguía llevar a la náusea editorial tras editorial cada mañana.

Editoriales que, también supongo, contarían con el beneplácito de Rubalcaba, recién estrenado miembro del Consejo Editorial.

Las voces de aquellos que no tuvieron el respeto ni la lealtad (no a Sánchez, sino al PSOE) como para señalar lo que opinaban por cauces internos a través del Comité Federal, sí tuvieron el arrojo suficiente para sembrar la duda, diariamente, en todos los medios de comunicación. Y cuantos más, mejor.

Sánchez, aguantando el envite pero sabiéndose en un callejón sin salida y cuestionado fuera por los de dentro, decide anunciar su intención de celebrar primarias y Congreso Extraordinario. Con este anuncio, que generó no poco desconcierto y malestar, Sánchez buscaba dos cosas: que la militancia avalara el camino que los líderes regionales le obstaculizaban y vincular además este proceso con la posición sobre la gobernabilidad de España. Y él, claramente, sería el candidato del «no es no». Pero nuevamente para evitar tener que retratarse, sus detractores se ponen manos a la obra y así entran en acción los 17 dimisionarios.

Encabezando la lista encontramos a Micaela Navarro ostentando la Presidencia del PSOE, un cargo más honorífico que ejecutivo cuya función debe ser la de garantizar un espacio común al conjunto de la organización. Con su participación, Navarro hace volar por los aires uno de los pocos puentes que podrían haber servido al entendimiento entre los dos sectores del PSOE.

¡Ay, si Ramón Rubial levantara la cabeza…! Al resto de los integrantes de la lista cabe decirles que cuando uno dimite debe hacerlo con un mínimo de dignidad. Darle una hoja firmada con tu renuncia a otro para que la entregue está muy lejos de lo que se espera de los integrantes de la máxima dirección política de un partido centenario como el PSOE.

La disputa estatutaria sobre si las dimisiones en bloque hacían o no caer de forma automática al conjunto de la ejecutiva sirvió como reclamo publicitario para el esperpéntico Comité Federal del 1 de octubre. Destaca en estos días la aparición estelar de «La Autoridad» (así, con doble mayúscula) que pese a ello no llega a cruzar el hall de la sede.

El desenlace de tan desolador día ya lo sabemos. Abucheos, gritos e indignación en la puerta; varias horas de discusión sobre qué discutir; y una profunda confusión sobre lo que allí acontecía con informaciones y conductas tan preocupantes como contradictorias. Finalmente, tras perder la votación sobre la propuesta de celebrar un Congreso Extraordinario, Sánchez dimite y, en consecuencia, el PSOE queda dirigido por una gestora cuyo presidente es el asturiano Javier Fernández, quien desde los primeros días ha tenido declaraciones poco afortunadas.

Y luego está Eduardo Madina, o al menos, alguien que se parece físicamente mucho a él. Para él fue mi voto en las primarias de 2014 convencida de que era la persona adecuada para liderar el PSOE.

Primero por sus dudas a la hora de presentar su candidatura. Siempre he creído que hay que huir de aquel que no duda ante la vida y en este caso lo interpreté como una actitud responsable y consciente del peso histórico de estas siglas. Creía que el suyo era un proyecto ambicioso y serio, digno de tomar el relevo del patrimonio ideológico del PSOE. Y estaba convencida, repito, porque veía en él a la persona con la determinación necesaria para abordar las múltiples carencias que venimos arrastrando. La persona que tenía la valentía de afrontar los problemas de frente. Pero estas últimas semanas se ha puesto de perfil. De perfil y al lado de todo aquello (y los intereses de aquellos) que hace dos años decía combatir. No sé si el camino emprendido le llevará finalmente a la Portavocía del Grupo Parlamentario, pero sí sé que para mí (y para muchísimos compañeros y compañeras más) en esta travesía ha perdido la credibilidad. Escuchar hoy, nuevamente, su intervención en el Círculo de Bellas Artes es dolorosa y terriblemente decepcionante.

Destaca también la participación de Soraya Rodríguez recibiendo sin sonrojo ni pestañeo de contradicción el apoyo de progresistas tan insignes como Francisco Marhuenda y Eduardo Inda. Y tan feliz. Finalmente están Juan Cornejo, Abel Caballero y Mario Jiménez (actual portavoz de la gestora) disputándose el puesto de las declaraciones más incendiarias en mitad del incendio; si bien la irrupción de Rodríguez Ibarra les ha quitado todas las opciones demostrando que la veteranía es siempre un grado.

Pero continuemos. Sabiendo que para realizar un giro de 180 grados es necesario primero hacer uno de 90, los mal llamados críticos ‒ya oficialistas‒ se apresuraron a desmentir sus intenciones reales.

Durante esta primera fase se afanaron por subrayar que el «no es no» no estaba en cuestión, que de lo que se trataba era de depurar responsabilidades habida cuenta de que Sánchez no sólo no había asumido las sucesivas derrotas electorales, sino que, además, había anunciado la convocatoria de un Congreso Extraordinario jugando con los tiempos institucionales en su beneficio con el único propósito de renovar su liderazgo al frente del PSOE. La segunda fase se inicia con el titubeo sobrevenido del que tiene que explicar lo inexplicable y justificar lo injustificable, y culmina con el último Comité Federal en el que se fijó la abstención de cara a la sesión de investidura que permitirá a Mariano Rajoy continuar en La Moncloa.

El problema reside en que de tener una actitud «crítica» a tener una actitud «cínica» sólo van dos letras de diferencia. ¿Por qué nadie votó en contra la posición del «no es no» en el Comité del 28 de diciembre? ¿Por qué nadie pidió su reconsideración tras las elecciones de junio? ¿Por qué no hablaron cuando existía la posibilidad de condicionar la abstención? ¿Por qué entonces se pasearon por los distintos medios de comunicación sembrando la duda con tono sibilino sobre la conveniencia de la decisión tomada? Y si por el contrario han variado su posición (todo el mundo tiene el derecho e incluso la obligación a cambiar de opinión si existen elementos nuevos que le hagan variar el juicio) ¿por qué siguen siendo incapaces de defenderlo (que no de practicarlo) abiertamente? Que Díaz se «olvide» de pronunciar la palabra abstención en el último Comité Federal ¿responde a la casualidad o a la causalidad?

La decisión sobre la posición del PSOE le correspondía a la militancia. Y no porque las bases ya no crean en la democracia representativa y deseen mutar a fórmulas asamblearias, tampoco porque desconozcan o renieguen de la cultura y tradición socialista. Esta decisión le correspondía a la militancia precisamente porque cree en la democracia representativa y le da a la cultura y tradición socialista el valor que merece. Señalemos lo obvio: el principal deber que tiene un dirigente político es pronunciarse, con honestidad, políticamente. Los y las que se parapetaron en el silencio como maniobra para jugar en beneficio propio, los y las que comprometieron el interés general por el interés particular no pueden ser sujetos de representación colectiva. En este sentido, no sólo están deslegitimados éticamente sino que también funcionalmente por la dejación que han hecho de sus obligaciones. Es una cuestión de respeto a Tomás Centeno, a Andrés Saborit, a Juan Negrín, a Fernando de los Ríos, a Julián Besteiro, a Rodolfo Llopis, a Ernest Lluch, a Fernando Buesa, a Claudina García Pérez, a Plácido Fernández Viagas, a Antonio Amat, a Txiki Benegas, a Luis Gómez Llorente, a Pedro Zerolo y a un largo etcétera de dignidad. Los que defendieron la palabra pagando incluso con la propia vida no pueden compartir el mismo el título que los que juegan con el silencio para sobrevivir orgánicamente. Es sencillo. Mientras se produce la profunda reflexión y renovación que necesita el PSOE es la militancia la que debe decidir su futuro.

Todos los protagonistas en este episodio han tenido un comportamiento tremendamente irresponsable pero además algunos han actuado de forma absolutamente cobarde. Y por eso se deben ir. Conviene además señalar que en un partido de espíritu laico e igualitario como éste nadie puede pretender que la militancia se convierta en una suerte de costalero para gritar « ¡al cielo con ella! ».

Se equivocan radicalmente aquellos que creen que la militancia sólo somos los que pegamos carteles y llenamos los actos. Somos el alma y el corazón del PSOE. Quien nos denosta de palabra o de obra, quien nos relega a cualquier otra posición, quien apela a «la responsabilidad y la calma» como expresión eufemística para callarnos nos está insultando en nuestra propia casa.

Duele. Y cómo duele este partido… Una organización que ha sido, sin lugar a dudas, el instrumento de transformación social más determinante de la historia de nuestro país. Un partido que ha sido liderado por mujeres y hombres humildes que «sólo» tenían convicción y palabra y que, con ese «sólo», hicieron invencibles sus ideas y su determinación, y que hoy, 137 años después, se encuentra atrapado en la endogamia, en el paroxismo de un puñado de personas que se hacen llamar socialistas y que han sustituido la ejemplaridad por la mediocridad, el colectivismo por egocentrismo, la retórica por la estudiada farsa. De aquellos que han cambiado la utopía por la demencia, la fraternidad por el fratricidio y que han reducido los postulados a un postureo desmedido.

Se debe convocar un Congreso en el menor tiempo posible y en él debemos abordar en profundidad el debate ideológico, programático, de modelo organizativo y de liderazgo que nos permita ofrecer una alternativa seria y rigurosa, que combata eficazmente los acuciantes problemas nacidos de la desigualdad y que contribuya, en última instancia, a enfrentar al capitalismo financiero.

Pero ¿qué hay de las consecuencias?
Está por ver cuántas veces el PP apelará a la «responsabilidad de Estado» del PSOE para conseguir sacar adelante la acción de Gobierno.

Dudo seriamente de la sensibilidad del PP y de Rajoy a la hora de responder a la emergencia social del país en los próximos meses, así como de iniciar el proceso de limpieza necesario para erradicar la corrupción del seno de su partido. Además la continuidad del PP y de Mariano Rajoy al frente del Ejecutivo no hará sino añadir más tensión a los ya tensos problemas territoriales. Este extremo tampoco se ha valorado adecuadamente. Al margen de ello, las propuestas que puedan surgir del conjunto de la oposición en el Congreso se verán fuertemente limitadas por lo dispuesto en el artículo 134.6 de la Constitución así como en el artículo 126.2 del Reglamento del Congreso, que estipulan que el Gobierno podrá parar la tramitación de las proposiciones de ley que impliquen un incremento de gasto o disminución de los ingresos, por lo que buena parte de las propuestas de carácter social quedarían heridas desde su nacimiento. En este sentido tampoco podemos olvidar la mayoría absoluta que el PP disfruta en el Senado y que puede mediatizar y ralentizar la tramitación de aquellas iniciativas que le sean adversas. A todo lo anterior hay que añadir la capacidad de Rajoy como presidente del Gobierno para disolver las Cámaras y convocar nuevas elecciones cuando las circunstancias le sean más beneficiosas.

De manera inmediata el PSOE se enfrenta a una pérdida importante de su mejor y mayor activo: su militancia. Asimismo, la abstención en la investidura de Rajoy producirá previsiblemente un nuevo trasvase de votos a PODEMOS y, evidentemente, la abstención será la base de su argumentario ‒ al menos ‒ a corto y medio plazo. Por otro lado, la abstención será la opción elegida por una parte del tradicional voto socialista acrecentando la desafección política al dejar de participar en uno de los pilares fundamentales de la democracia y la vida pública.

Sin embargo, más preocupante que el debilitamiento del PSOE, es el daño que consecuentemente se le ha hecho a la izquierda en su conjunto. En este sentido, aunque PODEMOS pueda absorber parcialmente el voto desencantado, esta absorción no será total por lo que la suma de ambas formaciones bajará imposibilitando la formación de un gobierno de izquierdas durante muchos años. Y esto, a cualquier persona que sea de izquierdas debería preocuparle seriamente.

Los protagonistas de este capítulo recuperarán la tranquilidad lejos de la polvareda levantada estos días. Pero deberían recordar que la Historia es la única ciencia que no duerme, que no da segundas oportunidades a sus protagonistas y, lo que es más importante, la Historia tiene la mala costumbre de poner nombres y apellidos. Y cuando eso suceda, nuestras serán las lágrimas pero vuestra será la página.


Sara Bonmati es Militante de las Juventudes Socialistas de España (JSE) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Fuente: www.sinpermiso.info, 28 de octubre 2016.

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