Venezuela: Una oposición democrática social (por Demetrio Boersner, Mayo 2011)

El movimiento llamado “bolivariano” por sus adeptos y “chavista” por sus críticos fue producto de la fase declinante del proceso democrático representativo que Venezuela vivió entre los años 1958 y 1998. Ese proceso, iniciado con el derrocamiento de la dictadura derechista de Marcos Pèrez Jiménez, y orientado principalmente por los partidos políticos Acción Democrática (socialdemócrata) y Copei (socialcristiano), en términos generales significó para el país un enorme avance histórico en términos de democracia pluralista y tolerante, modernización científica y técnica, desarrollo y diversificación económicos, identidad y autonomía nacional, y elevación de los niveles de salud, educación, cultura y bienestar social para todos los sectores de la población. Sin embargo, los mejores avances y el ejercicio democrático más vigoroso y transparente se concentraron en los primeros veinte años del período democrático (1958-78), en tanto que la segunda mitad del mismo (1978-98) estuvo caracterizada por dificultades económicas y recaída en un capitalismo rentista y de productividad menguante, ampliación de la brecha entre ricos y pobres, auge de la corrupción y creciente desprestigio del liderazgo político democrático.

En la oficialidad joven de las fuerzas armadas venezolanas siempre existieron algunas núcleos antidemocráticas y antiliberales, partidarios de algún tipo de autoritarismo nacionalista y militarista, afanosos de limpieza moral y equidad social Estos “socialistas nacionales” militares en varias ocasiones se aliaron con fuerzas guerrilleras de extrema izquierda en levantamientos armados contra los gobiernos democráticos de los años sesenta y setenta. El joven oficial Hugo Chávez Frías -hijo de maestros de escuela de clase media modesta y de afiliación socialcristiana- fue miembro activo de una de estas corrientes desde la década de los ochenta y desde entonces dirigió conspiraciones contra la democracia “corrupta” y “entreguista”. Inicialmente fue influido fuertemente por el fascismo militar del Cono Sur, y particularmente por el modelo de los “carapintadas” argentinos de ultraderecha, y por las ideas de su mentor intelectual Norberto Ceresole, predicador de la fórmula dictatorial “Líder-Ejército-Pueblo”, admirador de Hitler, negador del Holocausto, amigo del islamismo violento y enemigo de Estados Unidos y de los judíos. Pero por el otro lado, el ala intransigente del comunismo venezolano, que no aceptó el retorno del PCV a la legalidad democrática en 1970 sino se separó de él y optó por la “guerra larga”, supo extender su influencia cada vez más sobre Chávez y otros militares conspiradores, creándose así una base de sustento ideológico mixto, compuesto de insumos de extrema derecha y extrema izquierda. Los de extrema izquierda terminaron por adquirir mayor fuerza que los de derecha, principalmente por el efusivo, afectuoso y adulador apoyo que Fidel Castro ha dado a Chávez desde sus días de candidato a la presidencia en los años 1997-98. La relación afectiva con su “padre” Fidel ha sido desde entonces un factor de primordial influencia en el corazón y la mente del líder venezolano.

Hugo Chávez y su organización secreta trataron de tomar el poder mediante un golpe militar contra el gobierno constitucional del presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, el 2 de febrero de 1992. El golpe fue debelado por fuerzas leales al gobierno, y Chávez fue encarcelado junto con otros cabecillas del movimiento. Antes de ir a prisión, sus captores imprudentemente le permitieron emitir una declaración televisada. Su apariencia de joven luchador idealista y estoico, y su afirmación de que su derrota era sólo “por ahora”, le crearon en todo el país una imagen carismática que la gente identificaba con sus esperanzas de regeneración nacional. De seguidas se formó un movimiento inicialmente de clase alta y media, dirigida por los llamados “Notables”: un grupo de intelectuales elitistas y resentidos, propugnadores de la idea de que la democracia debería ser reemplazada por un “gobierno de los mejores”. Estos hombres encabezaron una poderosa corriente de opinión que de arriba hacia abajo logró aglutinar a ricos y pobres, dirigida contra “la partidocracia” y muy particularmente contra el partido socialdemócrata AD, al cual aún no se le perdonaba el radicalismo de su gobierno revolucionario de los años 1945-1948 ni su consecuente reformismo social en la década 1959-1969. Este movimiento dirigió sus baterías en primer lugar contra el presidente Pérez y logró su destitución por la Corte Suprema y el Congreso poco antes del fin de su mandato. Posteriormente alentó a su sucesor, Rafael Caldera en su segunda presidencia, para que dictara el sobreseimiento del juicio contra Chávez y lo pusiese en libertad.

Desde el año 1994, Chávez tuvo el camino despejado para una triunfal campaña contra candidatos ineptos y desmoralizados de los partidos viejos, apoyado no sólo por los sectores populares que creían en sus promesas de justicia social, sino por gran parte de las clases alta y media que, muy equivocadamente, veían en él la soñada imagen del militar duro y honesto que “pondría orden” en el país y acabaría con el delito, la corrupción y la “politiquería”. Chávez fue electo presidente en 1998, con el 56 por ciento de los sufragios.

Desde el momento de su juramentación como presidente, Chávez anunció su intención de “refundar” la República y revolucionar no sólo al país sino al continente y al mundo. Su radicalismo quedó de manifiesto por la carta de fraterna solidaridad e identidad de propósitos que envió al terrorista venezolano “Carlos”, convicto de asesinatos y recluido en una prisión francesa. De modo más persistente, el carácter conflictivo de Chávez y de su proyecto político ha quedado en evidencia por el maniqueísmo extremo que cotidianamente manifiesta en sus discursos y pronunciamientos: la nación venezolana y el mundo entero, para él, están tajantemente divididos entre dos bandos irreconciliables, en uno progresista y el otro reaccionario, sin matices intermedios. Diariamente enfatiza esa división, abrazando a la mitad de la población venezolana, mientras rechaza, vilipendia y amenaza a la otra mitad. En el plano internacional, percibe una bipolaridad absoluta entre el “imperio” del mal y “los pueblos” sufrientes pero propensos a levantarse al llamado de un bolivarianismo resucitado.
Entre 1999 y 2001, la tendencia general del régimen chavista fue relativamente moderada en comparación con períodos posteriores, pero ya el discurso fue suficientemente radical y anticapitalista como para decepcionar y repeler al ala derecha de sus seguidores iniciales. El repudio antichavista de la clase media y también de grandes contingentes obreros y populares se manifestó en protestas callejeras cada vez más amplias, hasta que el 11 de abril de 2002 una marcha de protesta de casi un millón de personas, que culminó en episodios sangrientos, forzó la renuncia de Chávez a la presidencia.

Pero fue tal la confusión entre los dirigentes democráticos y tan dramático el vacío de poder, que luego de un breve y torpe episodio “golpista”, Chávez fue reinstalado en el poder el día 13. Continuaron las protestas y de fines de 2002 hasta comienzos del 2003 el país quedó parcialmente paralizado por una huelga “general indefinida” principalmente del sector petrolero. De 2003 a 2004, buenos oficiantes extranjeros trataron de promover un diálogo constructivos entre Chávez y la oposición, y de facilitar luego la celebración de un referendo sobre la eventual revocación del mandato presidencial. Dicho referendo se efectuó en 2004, luego de que el gobierno agotó una serie de intentos de demorar y sabotear su celebración. A pesar de que los votos revocatorios fueron más numerosos que los que originalmente habían elegido a Chávez a la presidencia, las autoridades electorales declararon derrotada la moción revocatoria. El presidente Chávez tuvo entonces, de 2004 hasta 2006, un período de renovada y aumentada fortaleza política, basada en un enorme incremento de los ingresos petroleros, una poderosa y eficaz asistencia por parte de miles de cubanos expertos en los más diversos ámbitos, y la acertada creación de una serie de “misiones” sociales para asistir a la población excluida o de bajo ingreso en materia de salud, educación. capacitación laboral y alimentación. A diferencia de sus primeros años de gobierno, ahora Chávez declaró oficialmente que su revolución se orienta hacia el “socialismo”, y esa tesis doctrinaria se mantiene hasta hoy. Esta etapa triunfal para Chávez culminó en su reelección a la presidencia para el período 2006-2012. (inicialmente electo en 1998 para un mandato de cinco años, Chávez gobernó durante dos años bajo el viejo sistema y luego se hizo ratificar por seis años más según las disposiciones de la nueva Constitución de 1999. De ese modo, los cinco años se convirtieron en ocho, y a ellos se suman los seis años del segundo mandato).

Sin embargo, si bien el presidente Chávez pudo retener el respaldo de la mayoría de los trabajadores y grupos de bajo ingreso y, mediante sus “misiones” asistenciales, aliviar la pobreza y dar alguna credibilidad a sus intenciones “socialistas”, a partir de 2007 la situación sociopolítico comenzó a cambiar: desde ese año, el grueso de las fuerzas opositoras al chavismo ya no son de clase media sino de clase trabajadora. Ello no sólo se debe a la impresionante incapacidad del régimen en materia de mantenimiento, administración, producción económica, seguridad, abastecimiento, costo de la vida y otras áreas, sino también a la creciente tiranía política por parte del gobierno y, sobre todo la tiranía gerencial de la “nueva clase” burocrática, arrogante e incompetente, que dirige las cada vez más numerosas empresas “socialistas” o del Estado. Chávez nunca ha visto con buenos ojos a la clase trabajadora organizada ni al sindicalismo. Ha acogido de lleno la tesis de que “en el socialismo no debe haber sindicatos”. Al comienzo de su régimen impulsó la creación de un movimiento sindical oficialista –la UNT- para tratar de acabar con la vieja CTV socialdemócrata y oposicionista. Creyó que desde el gobierno sería posible mantener en dócil sumisión a los dirigentes de la UNT, pero se equivocó totalmente. El espíritu de lucha y de solidaridad de los trabajadores venezolanos ha resultado ser más fuerte que cualquier posible conveniencia burocrática, y hoy las bases y la mayoría de los cuadros de la UNT se encuentran unidos a la CTV, a través de comités de solidaridad, en incesantes conflictos de protesta y de huelga contra un “socialismo” que ya está desenmascarado y muestra con toda claridad su verdadero carácter de capitalismo de Estado autoritario, burocrático y explotador.

La clase trabajadora está dando la espalda a un régimen autoritario que no es socialista ni obrero, sino capitalista de Estado y antiobrero. Que en el plano internacional se alía sistemáticamente, no con países hermanos y en vías de desarrollo democráticos, sino con las peores dictaduras estalinistas o teocráticas del mundo actual. Que permite el florecimiento obsceno, al lado de la “nueva clase” burocrática, de la llamada “boliburguesía” integrada por capitalistas privados parasitarios, inmensamente enriquecidos por negocios con el gobierno y ligados a la clase burocrática en un engranaje común de corrupción sin precedentes. Que en el plano internacional se alía sistemáticamente, no con países en desarrollo democráticos, sino con las peores dictaduras estalinistas y teocráticas. Por el despertar político de la gente del pueblo que inicialmente creyó en Chávez y ahora se desengañó y se tornó disidente y opositora, el autócrata fue derrotado en el referendo constitucional del 2 de diciembre de 2007, y nuevamente en las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre de 2010, en las cuales la oposición democrática y la nueva disidencia ex chavista conjuntamente obtuvieron el 52 por ciento de la votación popular.

Si continúa la presente tendencia hacia el fracaso y desprestigio del autoritarismo estalinoide y capitalismo estatal que hoy gobiernan al país, Chávez perderá las elecciones de 2012 y se verá forzado a desalojar la presidencia, como lo exige la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Algunos valiosos compatriotas de sincera y comprobada convicción socialista (democrática) vacilan –pese a que reconocen la deformación estalinista del régimen-, en transferir su apoyo a la oposición representada por la Mesa de Unidad Democrática (MUD), pues temen que en el seno de ésta predominan las tendencias derechistas enamoradas de fórmulas neoliberales y que la salida de Chávez del poder significaría un “retroceso histórico” hacia la subordinación al poder estratégico de Estados Unidos y el poder económico de las transnacionales. Por diversas razones creemos que este temor, si bien es comprensible, se basa en una apreciación errónea de la realidad.

En primer lugar, el escenario que con la mayor certeza significaría la recaída en el subdesarrollo y la dependencia, es precisamente el de una continuación del chavismo en el poder. Por la manera en que este régimen estalinizado e incapaz está destruyendo el aparato productivo e impulsando la fuga de cerebros y capitales mediante expropiaciones y burocratizaciones insensatas, claramente nos está retrotrayendo de una etapa de desarrollo capitalista relativamente autónomo, que habíamos alcanzado bajo la “cuarta república”, a la dependencia neocolonial de la exportación de un solo producto y la importación de todo lo demás.

En segundo término, la MUD no es la única fuerza de oposición sino a ella se está sumando, inevitablemente, el polo de izquierda recién desprendido del chavismo (PPT y otros). La MUD sabe que no puede ganar las elecciones sin entenderse con el ex chavismo democrático, cuya influencia tenderá a contrarrestar eventuales impulsos entreguistas por parte del ala derecha de la oposición.

La oposición democrática venezolana está integrada desde sus comienzos por personas y grupos de centroderecha y otros de centroizquierda o hasta de izquierda radical. Aparte de que la MUD recibió el apoyo y la cooperación activa de dirigentes socialistas democráticos que en una época fueron guerrilleros marxistas-leninistas –Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff, Américo Martín y otros-, y por una multitud de eminentes intelectuales provenientes de la izquierda radical –Manuel Caballero, Armando Córdova, Héctor Silva Michelena, Héctor Malavé Mata, etc.-, en ella están reunidos los siguientes partidos políticos de significación nacional e histórica:

En el polo de centroderecha: Copei, Primero Justicia y Proyecto Venezuela, las tres de inspiración socialcristiana.

En el polo de centroizquierda: Acción Democrática, Alianza Bravo Pueblo, Un Nuevo Tiempo, Movimiento al Socialismo, Podemos, Causa R y Bandera Roja (mientras los primeros cinco se declaran socialdemócratas, esta última continúa autodefiniéndose como fuerza comunista). Todos los partidos del ala izquierda de la MUD tienen un historial y una base popular que les impediría todo viraje hacia posiciones netamente conservadoras o neoliberales. El MAS y Podemos inicialmente formaron parte del bloque chavista y lo abandonaron desencantados por su autoritarismo estalinista o fascistoide.
En tiempos recientes ha venido a engrosar el ala izquierda de la oposición el partido Patria para Todos, formación socialista democrática fundada por antiguos comunistas, que hasta hace un año formaba parte (crecientemente crítica) de la alianza gubernamental. Por ahora el PPT no se ha unido a la MUD pero coincide y coopera con ella, aunque su anhelo inicial fue el de conformar una “tercera posición” (imposibilitada por el maniqueísmo agresivo del régimen).

La fuerza mayoritaria de los partidos de centroizqierda y de izquierda antichavista en el seno de la oposición democrática organizada ya constituye de por sí una garantía de que, después de una victoria electoral en el año 2012 y un cambio de gobernante no ocurrirá un viraje radical hacia el neoliberalismo o capitalismo salvaje. Por otra parte, también las corrientes opositoras de derecha y de centroderecha están conscientes de que, en este país acostumbrado desde hace tres cuartos de siglo al aprovechamiento de la renta petrolera (incluso por los peores gobiernos) para financiar un gran sector público de la economía e importantes programas de asistencia y bienestar social, el pueblo simple y llanamente no toleraría un capitalismo salvaje que jamás ha conocido ni quiere conocer. Un estudio efectuado en 2009 por la organización jesuita Centro Gumilla ha mostrado que el 80 por ciento de los venezolanos cree firmemente en una economía mixta (privada-pública) orientada en sus grandes líneas por un Estado democrático con vocación de equidad social (incluida la protección de la propiedad privada y de las pequeñas y medianas empresas), todo ello bajo el concepto de “democracia social” o “socialismo democrático”. Sólo el 20 por ciento de los venezolanos opina que el “capitalismo” es la vía deseable.

No cabe duda de que un gobierno democrático post-chavista pondrá fin a la utópica y dogmática noción de que Venezuela pueda ser “socialista” bajo las actuales condiciones nacionales y globales. Desde Marx hasta nuestros días, los socialistas democráticos han sabido que el avance hacia una nueva sociedad solidaria es complejo y lento, y que requiere un alfo desarrollo de las fuerzas productivas. La primera tarea económica será volver a poner en marcha el proceso productivo golpeado por una loca orgía de expropiaciones o confiscaciones de empresas privadas que por su estatización dejaron de ser productivas. Habrá que volver a alentar la inversión privada nacional y extranjera para que la economía maltrecha comience a recuperarse y crezca el empleo (actualmente sustituido en gran parte por el trabajo informal y las dádivas del Estado petrolero). De un pretendido e imposible “socialismo” habrá que pasar a la construcción de una sana economía mixta, con claras reglas de juego entre los sectores público y privado: Pero nadie puede pensar seriamente en echar por la borda todo el andamiaje del Estado regulador, redistribuidor y defensor del interés nacional fundamental.

Es cierto: históricamente las corporaciones petroleras transnacionales abrigan el anhelo de echar hacia atrás la nacionalización de nuestra industria petrolera y apoderarse lo más directamente posible de las grandes riquezas de nuestro subsuelo. Pero es precisamente Hugo Chávez, el pretendido “nacionalista bolivariano”, el responsable de haber debilitado y en parte desmantelado a PDVSA después de la huelga del 2003, y habernos vuelto más dependientes que antes de la experticia técnica de las transnacionales. Un futuro gobierno democrático de unidad nacional, con componentes de centroizquierda y de centroderecha, se esforzará por reconstruir y remodernizar a PDVSA y reinsertarla en la gran economía mundial de los hidrocarburos, pero sin aflojar la propiedad y el control que el Estado debe seguir ejerciendo en representación de la Nación venezolana.